El Mundial paraliza al planeta durante un mes cada cuatro años por muchas cosas. Una de ellas es escuchar y cantar los himnos nacionales justo antes de cada partido. Kobe Bryant, presente en el Castelao, fue anoche testigo de lujo. En esos noventa segundos, la sinergia entre jugadores, afición y telespectadores de cada una de las selecciones genera uno de lo momentos más emotivos y románticos del fútbol. Llorar estar permitido, como le sucedió al propio Neymar ante México. Que se te ponga una de las venas del lateral del cuello como una pelota de tenis, también. Dani Alves dio buena muestra de ello.
Ambos, delantero y lateral brasileño, en un nuevo alarde de su peculiar modo que tienen de entender la vida y, sobre todo, la moda, aparecieron en el caliente estadio de Fortaleza con el pelo teñido. Neymar, de rubio platino, con reflejos brillantes en ese flequillo largo que se ha dejado; Alves, de color ceniza. A cada cual más hortera. El sentimiento con el que cantaron y vivieron el himno de su país les exculpa de su mal gusto. [Así narramos el Brasil-México]
Lo que ya no hace tanta gracia es el juego de su selección. Como ante Croacia, Brasil dejó muchas interrogantes: inseguridad en el juego aéreo, ninguna creación en el centro del campo, pocas ocasiones y a esperar una genialidad de Neymar. El azulgrana volvió a ser el mejor de los suyos, pero un futbolista contra once no puede ganar un Mundial. México, gracias a una gran defensa y a una soberbia actuación de su portero Ochoa, sacó un punto muy merecido y hasta pudo obtener el triunfo en dos peligrosas ocasiones cuando el partido agonizaba.
Flojo inicio
El encuentro no dio signos de vida hasta el minuto 25, cuando Héctor Herrera, ese futbolista mitad Modric, mitad Di María (de aspecto) mascó el primer tanto en un potente disparo desde la frontal del área, con destino a la escuadra, que despejó Julio César a córner con una buena estirada. Hasta entonces, asistimos a un escaparate de variopintas faltas merecedoras de cartulina amarilla, ninguna de ellas señalada por el turco Cakir, más cerca del diálogo que del puño de hierro.
Tras la buena ocasión de la «Tricolor», ayer de color tomate fosforito (cosas del fútbol moderno, tan mediatizado por el «merchandising») el partido salió de su letargo y, Brasil, también. En la jugada siguiente, Neymar, tras un centro medido de Alves desde su banda, provocó la parada de lo que llevamos del Mundial. El remate del 10 de la canarinha, sobre la esquina del área pequeña, iba pegadito al palo derecho de Ochoa. El guardameta mexicano, en un alarde de reflejos, sacó una mano prodigiosa.
Tras el descanso, a Scolari no le quedó otra que reconocer su error en el once y dar marcha atrás. La baja de Hulk, con problemas musculares, fue cubierta por Ramires. Mala idea esa. Un todoterreno con mucho gol era suplido por un volante de contención de dudosa calidad técnica. Bernard dejaría al futbolista del Chelsea en la ducha para la segunda mitad. Esa hubiera sido la decisión acertada. Pero Felipao ya había perdido 45 minutos de encuentro. Aire hortera variopintas fosforito todoterreno
Lo que tiene difícil solución para Brasil es el asunto del gol. Fred es un nueve muy del montón, Oscar no está fino, Hulk anda lesionado y Neymar no puede hacerse siempre la jugada de su vida y, también, meter el balón dentro de la red. No olvidemos que los tres tantos de la anfitriona en el partido inaugural fueron por una cantada del portero rival un penalti inexistente y un punterazo previa falta no pitada. Nada por mérito propio.
Con este empate a cero, Brasil y México durmieron con cuatro puntos y demasiadas inquietudes, sobre todo, para la anfitriona, que ha puesto la primera plaza en peligro, de gran interés para España, que o se va para casa en esta primera fase, o se mete en octavos como segunda del grupo B donde ya no es seguro que le aguarde canarinha







