TRIBUNA ABIERTA
¿*hembrista? no, gracias
La lengua no puede cambiar ni acelerar los cambios sociales. Para acabar con la confrontación, en lugar de fomentar que el feminismo siga siendo una vía de escape o desahogo de la frustración “masculina”, habría que conseguir que dejara de ser cosa “de mujeres”

EL Diccionario académico, como las farmacias “24 horas”, nunca cierra. Docenas de palabras entran continuamente, como ha ocurrido hace poco con poliamor, pansexualidad, chuche, quedada, rayar, ciberacoso, bitcoin…, aparte, claro está, de las decenas formadas con {el, la} cóvid o covid (lean un reciente escrito ... de P. Álvarez de Miranda) y corona(virus). En la región andaluza se ha “celebrado” la admisión de algunas, como rebujito, esa manera poco ortodoxa de rebajar (que no rebujar ´envolver, cubrir´) el fino o la manzanilla. Así que hemos pasado de creer, hasta no hace tanto, que el tocho de papel que teníamos entre las manos era poco menos que intocable, a comprobar -en la pantalla- cómo a diario unas voces desaparecen, muchas más aparecen y muchísimas más se presentan con acepciones nuevas o modificadas.
Eso sí, todo el mundo sigue y seguirá “echando en falta” alguna(s). Me pregunta un lector por qué razón no está *cancillera (durante 14 años, hasta 2021, Angela Merkel ha sido “la canciller” de Alemania), y no creo le sirva como respuesta (porque no lo es) que sí figura, como palabra de Salamanca ´cuneta de desagüe en las lindes de las tierras labrantías´. A otro extraña que se recojan feminismo y feminista (además de femenino, femenil, femenilmente, femeninamente, afeminadamente, femineidad, feminización, feminizar, feminal, feminoide...), pero no *hembrismo ni *hembrista (los escasos derivados de hembra tienen alguna marca restrictiva: hembrear, hembrilla, hembruno), ni *masculinismo ni *masculinista. No parece sorprender, en cambio, que machismo y machista no se asocien a su étimo MASCULUS, sino a lo ´propio y característico del varón´.
Como bastantes comparaciones suelen no ser procedentes, prefiero no invitarle a pensar en por qué tampoco figuran, por ejemplo, *cerdismo o *cerdista, y por qué cerdada o burrada se emplean más para referirse a lo que hacen los humanos que el cerdo o el burro. O por qué no paramos de cabrearnos, de llamar cabrón o cabrito a alguno de nuestros semejantes... Y así hasta el cansancio.
A diferencia de lo que ocurre con los sustantivos que, sin base “objetiva”, tienen adjudicado el “masculino” (sol o árbol) o el “femenino” (luna o mesa), o con el diferente género asignado a calzador y des-calzador-a, nada más fácil de entender que el reparto de los seres sexuados en dos grupos. Pero ¿por qué hemos terminado por “enfrentar” machismo y feminismo? En muchas sociedades con lenguas en que la expresión del yo (como la del tú) no necesita precisar el género, el carácter claramente egocéntrico del lenguaje ha ido sustanciándose como egoísmo de los “varones” o “machos”, con lo que ha acabado imponiéndose un doble rasero de medición. Durante siglos, ni se ha planteado acabar con tal desequilibrio. Los “hombres” (empleo no inclusivo en este caso) han “aplastado” cualquier intento igualitario. Y falta mucho camino (en una parte importante del mundo, todo) por recorrer.
Para que fueran aceptados -como sugiere quien me hace la consulta- *hembrismo y *hembrista, habría que empezar por liberar hembra (en latín FEMINA, castellano medieval fembra, si bien la consonante inicial pronto sonó como “aspirada” –aún se oye en boca de ciertos hablantes de algunas, Andalucía entre ellas- y acabó enmudecida) de la carga semántica que ha alcanzado. Es un término tan antiguo como el idioma, pero la acepción ´animal de sexo femenino´ (primera en el Diccionario) ha condicionado su empleo y el de sus derivados. Con (real) hembra se resaltan sólo los atributos y cualidades biológicas o físicas de la mujer. Según el Atlas lingüístico de Andalucía, en cuatro provincias se ha usado (¿se usa?) como sinónimo de querida ´amante, mantenida´. En México y otros países se utiliza para poner de relieve el tamaño y forma de ciertas partes de la anatomía. Para eso mismo, en algunas zonas de Venezuela o Argentina se prefieren transparentes aumentativos. Y algo similar ocurre en Cuba y el Caribe con hembrón. En ciertas zonas de América hembraje designa indistintamente un conjunto de hembras del ganado o de mujeres. El muestrario sería interminable.
La lengua no puede cambiar ni acelerar los cambios sociales. Para acabar con la confrontación, en lugar de fomentar que el feminismo siga siendo una vía de escape o desahogo de la frustración “masculina”, habría que conseguir que dejara de ser cosa “de mujeres”. Cada vez que se le pregunta a la escritora canadiense M. Atwood si se considera feminista, pide que se le precise a cuál(es) de los 75 tipos de feminismo se refiere el entrevistador. La etiqueta *hembrista (¿también propuesta por “hombres”?) apenas admite matices. Y, de igual forma que la acogida de *varonistas no iba a hacer disminuir el número de machistas, puede decirse que no responde a demanda social alguna su entrada en el Diccionario. No está el horno para nuevos “bollos”.
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