Crítica
'Soirée' atemporal
La primera obra fue la que más evidenció esta divergencia, pero hasta el final -aunque en menor medida- el acoplamiento no fue todo lo fructífero que suele ser con este gran músico
Muy cerca de Bach

Música Antigua
- Programa: 'Six Concerts transcrits en Sextuor«. 'Pièces de clavecin en concerts' de Jean-Philippe Rameau
- Intérpretes: Solistas de la Orquesta Barroca de Sevilla
- Concertino y director: Hiro Kurosaki.
- Lugar: Teatro Turina
- Fecha: 06/05/2023
Nos presentaba en esta ocasión la OBS una obra que, en palabras Ventura Rico, puede ser la primera vez que se oye en España, al tratarse de una transcripción de las famosas 'Pièces de Clavecin en Concerts' de Rameau que, aunque «ejecutadas ... en el clave solo, estas piezas no dejan nada más que desear» en palabras de su autor, ofrecen la opción de «con un violín o una flauta, y una viola, o un segundo violín». Es decir, ya nacen con un espíritu camerístico.
¿Y si un clave era suficiente para expresarlo todo, a qué recurrir a otras opciones? En realidad, tres años antes Jean-Joseph Cassanéa de Mondonville había dado la respuesta con sus 'Pièces de Clavecin en Sonates avec accompagnement de Violon'. El mundo al revés: un violín acompañando a un clave. Y el motivo no era otro que la búsqueda de la novedad, el ansiado talismán del éxito en la sociedad gala de la época, como reconoce el autor en la dedicatoria («He estado trabajando duro para encontrar algo nuevo»).
Y la cosa es que lo encontró y el éxito fue inmediato, lo que llevó a Rameau a encaminarse en esa dirección, reconociendo su débito con Mondonville -aunque sin mencionarlo- al hablar del «éxito de las Sonatas aparecidas hace poco como 'Piezas para clave con violín'». Pero aparte de la novedad, Rameau vio también la forma de facilitar su venta facilitando la participación a «personas de gusto»», es decir, aficionados, junto a «profesionales». Esa era la intención, pero luego no creemos que todos los melómanos fuesen capaces de tocar violines, violas o flautas, aunque fueran de acompañamiento, pero sí que pretendiera que «las partes concertantes se escuchen mutuamente y, sobre todo, el violín y la viola se adapten al clave distinguiendo lo que es sólo acompañamiento de lo que tiene una función temática». Aquí es donde no decimos que no es que no se diera, sino que la versión para sexteto de cuerda que se nos presentaba, de autor anónimo, no lo realzara suficientemente; o que, por el contrario, hiciese especial hincapié en el 'concierto' sobre todo entre violín principal y violonchelo.
Kurosaki nos anticipaba de viva voz que, dado el carácter preclásico de las piezas, habían procurado recurrir a instrumentos de época -algo que no podemos asegurar que ocurriera, excepto con su violín- pero sí usando arcos cercanos a ese periodo. Lo notamos ya en la primera pieza del recital, donde el músico austriaco de origen japonés traía un reconocible instrumento de sonido a veces hosco, seco, poco agraciado (nada que ver con los violines barrocos de otras ocasiones), y que bien su sonido o bien el producido por el arco añadían esos 'pitidos' constantes, notas no completadas, etc., que alguna vez hemos notado en instrumentos que llevan poco tiempo con un artista y están todavía en la fase de conocimiento mutuo, o que alguno de los dos elementos no era muy compatible con el otro. La primera obra fue la que más evidenció esta divergencia, pero hasta el final -aunque en menor medida- el acoplamiento no fue todo lo fructífero que suele ser con este gran músico. Pero siempre sobresalió su energía, entusiasmo, entrega, vitalidad, tirando del grupo magníficamente.
En frente (estaban sentados en semicírculo) tuvo a Mercedes Ruiz, que pensamos que conservaba su chelo, aunque el arco podía ser clasicista, lo que nos pareció reflejarse en un sonido más recortado, sin la sonoridad desbordante a la que nos tiene acostumbrados, lo que iría perfectamente con ese estilo (pre)clásico que se pretendía.
Seguramente la versión original, con clave, hubiese resultado más atractiva, a pesar de repartirse las melodías más equitativamente y participar de más solistas, y sobre todo hacernos sentir que estábamos en una agradable velada acaso barroca, puede que clasicista, tal vez de viso romántico y que encataba a los impresionistas franceses. No se podía pedir mejores violinistas que Leo Rossi y José Manuel Navarro, que con su música y sus ademanes explicitaban su complicidad y la agitación que les sugería la obra, de igual manera que la violista Elvira Martínez. Seguramente quien más nivel de contraste nos ofreció fue Ventura Rico, que remataba una y otra vez los amplísimos arpegios hacia el grave con notas extraordinariamente enfatizadas que solían lidiar con otras de exquisita y delicada ejecución. Como él mismo tuvo la oportunidad de comentar, es una obra que conoce bien como violagambista y esa fluidez de matices y diversidad dinámica lo evidenciaban.
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