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Ramón Montserrat: «Lo peor para el Centro de Sevilla fueron los planes de los 60 a los 80»

El arquitecto más veterano del Colegio de Sevilla asegura que «la Gavidia es lo que más me ha dado a conocer, junto con las Bodegas Internacionales de Jerez»

Ramón Montserrat Ballesté Vanessa Gómez

Pedro Ybarra Bores

El colegiado más veterano de los arquitectos sevillanos permaneció activo hasta hace dos años. Ramón Montserrat pasa ya de los 90 y todavía conserva su acento catalán aunque lleva aquí prácticamente toda su vida. En los últimos años la edad y enfermedades le hicieron bajar el ritmo, lo que no impidió que con otros arquitectos mucho más jóvenes montara Imbrice, estudio de arquitectura e interiorismo.

¿Cómo descubrió su vocación por la arquitectura?

Más que vocación fue como un reto por la dificultad que entonces entrañaba la carrera. Sufrí la guerra y cuando uno pasa por una situación así crece más de lo normal. No físicamente, porque pasé hambre, y en Barcelona se pasó muy mal. Fueron dos años perdidos en los que me quedé sin clases. Cuando acabó la guerra, con un esfuerzo extra, pude ingresar en el Bachiller en el Instituto Menéndez y Pelayo que había sustituido a la Escuela Blanquerna a la que mis padres me habían querido llevar. Al final de la carrera de Arquitectura, en la Escuela me permitieron hacer los últimos cursos por libre desde Roma. Entonces acababan la carrera en Barcelona 20 arquitectos, y en Madrid unos 35 el mismo año, pero eso eran todos los arquitectos que acababan en España. Cuando uno acababa entonces tenía seguridad de que iba a tener trabajo.

¿Cuál fue su primera obra en Sevilla?

Fue en 1956, cuando llegué para realizar una reforma de una casa de la plaza de Doña Elvira y, casi a la vez, uno más para otro centro del Opus Dei (prelatura de la que es miembro) y, al ir conociendo a gente, surgían nuevos pequeños trabajos de reformas. Una joyería en la calle Sierpe, el primer supermercado de Sevilla en la calle Francos... Al principio no pensaba quedarme aquí pero me fue gustando Sevilla. Había (más que ahora) un ambiente amable y acogedor. Y alegre; en Madrid dicen «de Madrid al cielo» y para los sevillanos el cielo está aquí. Y disfrutaba con cada proyecto: buscando hacer siempre algon nuevo y, a ser posible, en consonancia.

¿Cómo recuerda la arquitectura de entonces?

Cuando llegué existían dos estudios de cierto nivel: el de los hermanos Felipe y Rodrigo Medina en El Prado. Estaban también de socios Luis Gómez Stern y Alfonso Toro. Pasé a ser amigo de todos ellos. Y el otro era el de Rafael Arévalo, que era muy importante en obra social de vivienda. También en ese ambiente me encontré bien acogido.

Ramón Montserrat Ballesté en las instalaciones de Imbrice Vanessa Gómez

¿Cuál fue su principal empeño?

Pensé que, en general había que mejorar el cumplimiento de objetivos económicos y de plazos. Se dependía excesivamente de las empresas constructoras. El mejor enfoque era el de los Medina, con quienes trabajaban peritos (no había escuela de Ingenieros todavía) y delineantes, proyectistas... lo que le permitía también afrontar proyectos grandes como la Universidad Laboral. Partí de esa idea. Fui incorporando peritos al estudio y, más tarde, sobre todo con la incorporación de los ingenieros Fernando de Parias, Antonio García Valcarce y Antonio Carranza, se constituyó Arquinde. Durante más de una década fue el estudio más importante del sur de España en proyectos de arquitectura e ingeniería. A finales de los setenta formé, con Alberto Donaire y Pablo Canela, DMC Arquitectos.

¿De qué proyectos se siente más orgulloso?

De la antigua terminal de Iberia, de una cafetería que duró poco tiempo en la Avenida (Festival), de la primera fábrica que hice cerca de Los Pajaritos (Landis-Gyr), de la Central Lechera de Sevilla, con la Gavidia.

¿Y llegó la Gavidida?

Buscaban un arquitecto para modernizar las comisarías. Me eligieron y, de entrada me encargaron la nueva Jefatura con la consigna de que fuera un edificio moderno y abierto, «como de oficinas» (lo llamábamos). Vi la oportunidad de hacer algo de acuerdo con lo que ya se estaba haciendo en las principales capitales (ya lo llamábamos arquitectura actual) en un importante espacio que se había abierto en el Centro de Sevilla con el derribo, unos años antes, del cuartel de San Hermenegildo. ¿Íbamos a imitar allí edificios antiguos? Creo que es un edificio importante de la ciudad y que se debe mantener el exterior, el continente, aunque el interior cambie lógicamente todo. Es lo único de la época que se conserva en Sevilla que se corresponde con muchos edificios importantes de la época que se hacían por el mundo. Al final es lo que me ha dado más a conocer, junto a las Bodegas Internacionales de Jerez, ahora de Williams y antes de Ruiz Mateos. Es un edificio hecho por Arquinde en el que intervinieron muchos técnicos pero yo los dirigí y quizá es el proyecto del que me siento más satisfecho. Lo pude hacer porque contaba con un gran equipo.

¿Qué es lo mejor y lo peor que se ha hecho en Sevilla?

Lo mejor que se ha hecho en estos años ha sido el ensanche, Nervión, Tiro de Línea, Bermejales, que no es que sea una maravilla, pero se hace una arquitectura similar a la de otros países. La peor arquitectura es la de aquellos planes para evitar que se despoblara el Centro de Sevilla. Los planes urbanísticos de los 60 a los 80 fomentaban la edificabilidad. Fue el gran error de Sevilla.

¿Echa de menos la arquitectura sin ordenador?

El ordenador facilitael trabajo pero es sólo una herramienta.

¿Y el legado de la Expo?

Desde el punto de vista social abrió Sevilla al mundo, pero arquitectónicamente no fue demasiado interesante. El mejor para mí fue el pabellón de Japón. Aquí influyó mucho la exposición del 29 porque quedó la Plaza de España y la de América y cosas interesantes. La arquitectura de Aníbal González, buena y totalmente singular. Influyó más la del 29. En el 92 fue muy importante para la ciudad todo el plan de comunicación de la ciudad, de conexiones, accesos, autovías y ferrocarriles, y por supuesto el AVE.

¿Y se quedó sin símbolo?

Aquí había que poner el «mingo», como se decía en mi época en Barcelona, porque no se consiguió con la Expo del 92. Antes siempre quedaba un recuerdo de las exposiciones universales, como la Torre Eiffel en París o el Palacio de Cristal en Londres, etc. En el 29 fue la Plaza de España y América y en el 92 no había, razón por la que de ahí salieron dos cosas, ya que se tenían que inventar algo: las Setas y la Torre Pelli. Se requería a nivel político, porque a nivel de la sociedad ya no le daba importancia nadie. Las Setas me parece un despropósito.

¿Recuerda alguna crisis similar a la que comenzó en 2008?

Tan grande no. La peor que he conocido fue la última.

¿Cuál es la situación actual para un arquitecto?

Ya lo que afecta a la arquitectura no es sólo la crisis, sino que han cambiado radicalmente las condiciones.

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