El año de la Salud
San Nicolás, el barrio al que nunca le enfermó la fe
El Cristo de la Salud de la hermandad de los Gitanos dejó tan profunda huella en la feligresía que sus vecinos demandaron una imagen con la misma advocación
El ser humano, frente a la incertidumbre del destino, a la muerte o al desenlace de enfermedades o situaciones de pánico o confusión, siempre ha buscado fuerza y consuelo en un ser sobrenatural. A esto se une que la Iglesia católica ha procurado identificar las ... devastadoras epidemias o las calamidades climáticas como un castigo de Dios a los comportamientos del hombre. «Todas las veces que hay enfermedades, desastres y calamidades públicas, hay sin duda pecados que las han causado», decía el portugués Fray Pedro Maldonado en 1609.
En estos contextos, la salud es el mayor tesoro del que puede gozar el ser humano. En tiempos de pandemias, epidemias, pestes, crisis de alimentos, guerras… es la salud el principal bien a conservar… el motivo por el que rogar a Dios. De ahí a que las advocaciones de la salud proliferaran desde tiempos lejanos en las parroquias y conventos y sus imágenes fueran socorridos clavos a los que aferrarse cuando la debilidad afligía o cuando la incertidumbre o el pánico azotaba.
A la parroquia de San Nicolás de Bari llegó en 1860 la hermandad de los Gitanos con su Cristo de la Salud. Se habían fundado en el convento del Espíritu Santo de Triana pero la vida les había llevado a peregrinar por el convento del Pópulo y la parroquia de San Esteban antes de llegar a San Nicolás. «Como buenos gitanos se van de allá donde no les quieren», dijo Carlos Herrera en su Pregón de la Semana Santa porque, ciertamente, a los Gitanos les tocó en las siguientes décadas seguir errando por otros templos como San Román y Santa Catalina hasta llegar al santuario del Señor de la Salud.
A mediados del XIX la hermandad de los Gitanos estaba incómoda en la parroquia de San Esteban porque el altar en el que se veneraban sus imágenes no estaba a la altura de lo que querían sus hermanos. Es cuando la junta de gobierno promueve llevarse al Señor a la cercana parroquia de San Nicolás de Bari donde la hermandad se estancó por un error de cálculo: por las puertas de la iglesia no cabían los pasos de tal manera que desde su llegada en 1860 hasta su marcha en 1880, no pudieron hacer estación de penitencia. Hay que tener en cuenta que en aquellos años el culto externo no era tan «imprescindible» y las hermandades valoraban más otros factores a la hora de cambiar o no de templo.
Veinte años permaneció allí la hermandad de los Gitanos en San Nicolás. Veinte años en los que la devoción a la Salud dejó una profunda huella entre sus vecinos y los que transitaban la collación.
En primer lugar, porque parece que este tipo de advocaciones se consolidaron en las puertas de las ciudades o de sus cascos históricos. Recordemos que la parroquia de San Nicolás es el eje que conecta la judería con la salida del casco histórico a través de la P uerta de la Carne . Por lo tanto, no es de extrañar que los que salieran de la ciudad se encomendaran a la imagen de la misma manera que le sucedió al Señor de la Salud y Buen Viaje que imploraban los que partían de Sevilla por la Puerta de Carmona.
En segundo lugar, porque la collación de San Nicolás de Bari fue un e spacio vinculado con la sanidad y la salud física desde que en 1868 se instalara en la calle Madre de Dios la Escuela Libre de Medicina, embrión de la Facultad. Junto a ella «se construyó una policlínica para atender a los enfermos y completar la formación práctica de los futuros galenos», como recuerda el historiador y geógrafo José Luis Ruiz Ortega. Además, también en la zona se levantó el Instituto Provincial de Vacunación. Sus usuarios, a buen seguro, encontraban en San Nicolás el consuelo espiritual que reforzara el remedio médico a sus padecimientos.
Un nuevo «Señor de la Salud»
Por eso no es de extrañar que cuando la Hermandad de los Gitanos decide marcharse del barrio, el vacío que dejó el Señor de la Salud entre sus gentes tuvo que ser inmenso. Tan inmenso como para que el párroco, José Mirete Sánchez , a las semanas empezara a gestionar la llegada de otra imagen que ocupara ese espacio devocional que se había quedado baldío. La imagen no fue otra que la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, titular que había sido de la «ilustrísima» y pujante pero extinta cofradía de la Antigua y Siete Dolores . Una hermandad de aristócratas que con la crisis del Antiguo Régimen y la pérdida de benefactores se viene a menos y llega a a desaparecer. Ambas imágenes permanecían en la Parroquia de la Magdalena, del antiguo convento de San Pablo . De hecho la Virgen continúa allí pero la imagen del Cristo se traslada a San Nicolás de Bari para adoptar la advocación que se había marchado con el Señor de la Salud y la hermandad de los Gitanos a San Román.
Sobre esta imagen, que ensanchó la devoción a la Salud en la feligresía se levanta en 1921 la fundación de la hermandad de la Candelaria. Precisamente, su promotor, José Ruiz Escamilla , conocido como ‘Pepe el Planeta’ recibió un año después la gracia de la curación de su hija de nueve meses de edad de una grave enfermedad en las horas posteriores a haberse arrodillado a las plantas de aquel nazareno. Casualidad o no la niña mejoró de su afección y se consideró un milagro de la imagen que había llegado hace cuarenta años de la parroquia de la Magdalena.
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