Martes, 29-07-08
Casi como una tradición, la pasada semana escribí un año más los consabidos consejos para preparar al conductor a enfrentarse al viaje de vacaciones, la puesta a punto del coche, revisiones imprescindibles, mantenimiento, las mejores horas para emprender el camino, rutas aconsejables y todos los tópicos de estas fechas. Es como un ejercicio rutinario, a veces cansino para quien lo dicta como para quien lo recibe, pero sin duda necesario.
Actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños es la definición que nos da el diccionario de la prudencia. En realidad casi un lugar común y una advertencia inocua, pues nadie quiere hacerse daño y quien tiene instalada la imprudencia en su interior actúa con los mismos parámetros en todas las actividades de su vida. Creo, por tanto, que es más necesario apelar al sentido común, a la formación de las personas, pero, sobre todo, luchar por el convencimiento por encima de la sanción. Si de verdad queremos tener una auténtica seguridad vial de poco sirve el miedo a la multa o la pérdida de puntos. Si no atravesamos una población a toda velocidad debe ser porque estemos convencidos de que tal forma conducir no es la correcta y no porque tengamos alguna constancia de que en dicha travesía nunca ha habido un radar. Eso sería actuar con sentido común y si no estamos convencidos de que el cumplimiento de las normas es mucho más importante que su sanción, poco estamos avanzando en materia de seguridad. Y los primeros que han de actuar por convencimiento deberían ser quienes son responsables del cumplimiento de la norma, como son los distintos cuerpos de agentes de seguridad. Vivo en Madrid y me indigna ver a taxistas, policías del cuerpo general o municipales y agentes de movilidad circular sin el cinturón de seguridad. Eso si, haciendo trampa, abrochado por detrás para apagar la señal de aviso del coche. Si ellos -obligados o no- no están convencidos, cómo se puede pedir a la población que crea en las normas de seguridad.