Lunes, 17-11-08
…Y escupir en el suelo. Eran dos letreros frecuentes en algunos bares, ¿te acuerdas, Cangui?, en aquellos bares con suelo de serrín mojado donde reposaba el agrio del resumen tabernario, un agrio de tristeza y de voces, de tratos y de huellas de hombres que se hubiesen derrumbado si alguna vez les hubiera faltado el mostrador, esa muleta que le ayudaba a no cojear al codo del vino y la paciencia. Prohibido blasfemar. Eso nunca lo cumplió Maolillo Malalengua, de quien decía su madre que blasfemaba incluso cuando rezaba. Maolillo echaba votos cuando estornudaba, cuando le daba alegría cualquier cosa, y en la tristeza mascullaba por lo bajo blasfemias tan suavizadas en el decir que cuasi parecían oraciones. Por eso diría su madre lo que decía. Tú blasfemas poco, Cangui; sólo una vez te oí un «¡me cago en…!, y fue aquella vez que al ir a coger una sardina del borrajo te trajiste pegada a la sardina un ascua que te dejó en un pulpejo una llaga como el estigma que en la palma de las manos mostraba Currito el Santo diciendo que le salieron cuando, según contaba, se le apareció en su corral el Crucificado.
La blasfemia en las palabras es una mancha en un vestido blanco: mata todo el blancor. Pero aquellos grandes blasfemos que conocimos eran hombres que tenían la blasfemia como latiguillo, y las soltaban tan descuidadamente que se veía que no había en ellos intención de ofender a ninguna divinidad celeste. Blasfemias como adjetivos, como sustantivos, incluso como verbos. Entonces, los hombres blasfemos estaban señalados como incapacitados para convivir entre gente educada. Pero, tú lo sabes, Cangui, había entonces hombres que blasfemaban sin blasfemia. Eso lo resumía muy bien Antoñito el del Arco un día que estaba contando lo mal que lo trataban los dueños de la finca donde trabajaba, y cuando alguien dijo que eran buenas personas, respondió: «¿Buenos? ¡Será porque no blasfeman!»
Blasfemias de silencio hubo siempre y las habrá, como las hay hoy, Cangui. Blasfemias que se disfrazan de abrazos, blasfemias que van a comulgar, blasfemias que se esconden en muchas buenas palabritas, blasfemias que se visten de estrategia para rodear a un hombre y esquilmarle su valía, blasfemias que se venden como buenos modales y sentencian a los hombres, blasfemias que se cuelgan medallas para pronunciarse sin palabras, blasfemias de aprovechados que quieren venderte la burra de que todo lo hacen por ti, y no hacen más que ir contra ti. Blasfeman los mediocres con su envidia travestida de cordialidad, blasfeman con desprecio mudo quienes manipulan, quienes llevan en las manos dos haces de cuchillos enfundados en ficticio calor de amistad. Y ésas sí que son malas blasfemias, ésas sí que ofenden, más que ninguna, a Dios y a los hombres… Y no sólo no están prohibidas sino que son muy bien acogidas, Cangui…
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