Domingo, 07-12-08
BARBIE, la muñeca microcéfala y desnutrida -obsérvese su parecido con Elena Salgado-, le ha ganado una batalla definitiva a Bratz, su competidora cabezona y de pies inmensos, la que recuerda a Soraya Saénz de Santamaría. Para quienes tengan hijas, o nietas, en edad de jugar con estas muñequitas idénticas en su cursi amaneramiento, no se trata de un asunto menor. Desde que Carter Bryan, antiguo diseñador de Mattel, la empresa/madre de Barbie, alumbró y sacó al mercado a Bratz, las niñas del mundo se dividen en dos grupos irreconciliables. Las adoradoras de Barbie coleccionaban sus modelitos y crecían envueltas en la fantasía rosa y blandengue de la figura anoréxica que ha marcado una estética global. Y, de repente, esa paz mundial -el mal gusto no tiene límites ni fronteras- se rompió para dejarle un espacio a Bratz, más inconformista y, para entendernos, instalada a la izquierda de su predecesora.
Los fabricantes de Barbie, tan distantes de la estética como eficaces gestores de negocio, acudieron a los tribunales. El padre/diseñador de Bratz le había vendido a MCA Entertainment algo que, en puridad, no era suyo. Su contrato con Mattel reservaba a esta multinacional del juguete la propiedad y los derechos de Barbie y de cuanto de ella pudiera derivarse. Bratz, según los tribunales de California, debe desaparecer. Es la eutanasia llevada al mundo del juguete, algo que parecería ingenuo de no ser porque Bratz, la mala de la película, le ha generado a sus fabricantes cerca de mil millones de dólares de beneficio en los últimos años. Más o menos lo que han dejado de ganar los productores de Barbie.
Resulta escalofriante que millones de niños de todo el mundo hayan asumido como protagonistas de sus juegos, y hasta de sus ensoñaciones, unas muñequitas de tan dudoso gusto. Es la globalización verdadera, la caducidad de los territorios estéticos y la génesis de unos criterios mundiales uniformes, no diferenciados. Mariquita Pérez -¿recuerdan?- era una muñeca genuinamente española, inalcanzable para las modestas economías de la posguerra, pero identificada con el gusto nacional. Mejor que ella, los muñecos de trapo, artesanos y locales, también establecieron, con gran ventaja para la fantasía, un modo de ser en el juego que perdura en la actual condición adulta de quienes las disfrutaron; pero, ¿no es alarmante que, desde Seattle a Nueva Delhi, de Moscú a Buenos Aires, todos los niños del mundo compartan un mismo patrón estético?
Barbie le ha ganado a Bratz. Supongo que Ken, el novio de la vencedora -un remedo plástico a mitad de camino entre Juan Fernando López Aguilar y Artur Mas-, estará contento; pero, también en esto, se reduce el muestrario. El pluralismo, indispensable para el desarrollo de la libertad, disminuye hasta en las muñecas.

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