Miércoles, 06-05-09
Patxi López se examinó ayer. Pero no será esa sino la primera prueba de una evaluación continua que trascenderá mucho más allá de la sesión parlamentaria de la que salió investido anoche como primer lendakari vasco no nacionalista de la democracia. La oposición desalojada del poder después de treinta años de usufructo (literalmente) del poder ya le ha anunciado todo menos un camino de rosas, y las franquicias sindicales del entramado nacionalista le van a recibir con una huelga general. Pero no serán ellos sus examinadores más exigentes. La parte de la sociedad vasca que ha permanecido tanto tiempo desterrada del poder y que le ha prestado su confianza (la confianza no se concede en democracia, sólo se presta, según el maestro Pérez Díaz), no soportaría ser defraudada. El cambio, para que sea tal, debe durar. Y ni siquiera un PNV remozado debería sembrar el germen de la duda.
Pero, a partir de hoy, también se examina la oposición. El nacionalismo, que ha pasado con una pésima nota el traspaso de poder, tendrá que exhibir fehacientemente, desde la oposición, esas credenciales democráticas de las que tan fácil es presumir cuando se monopoliza el poder. Los augurios no son buenos. En un sistema democrático ninguno sobra, pero nadie es imprescindible. Durante muchos años, los demócratas del resto de España, por responsabilidad, pero también por ingenuidad, hemos alimentado el mito de la imprescindibilidad del PNV. Y no hemos sido correspondidos. Toca ahora al PNV admitir paladinamente que, siendo necesario, no es indispensable. Y los bancos de la oposición son el mejor lugar para meditarlo.

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