
Vittel es un parque temático de la salud. Una estación termal. Aguas que sanan. Spa para gente que busca la eterna juventud. Como Nicki Sorensen, el veterano danés de 34 años que ayer encontró allí el mejor triunfo de su vida. Y como Armstrong, el viejo líder a punto de cumplir los 38 que llegó a Vittel en busca de lo que nadie ha logrado, ni a su edad ni a otra: el octavo Tour. Ya está donde quería. En el balneario de los Vosgos, a sólo dos segundos de Contador y con todos los Alpes por trepar. Hoy comienza a desvelarse el enigma del Tour. En dos puertos, Platzerwasel y Firstplan, se empezará a ver si la Grande Boucle ha servido de cura de rejuvenecimiento para Armstrong. Nadie descarta otro milagro. Todos recuerdan que para llegar siete veces primero a París, antes tuvo que matar a un cáncer. Armstrong es arisco. Gato. Siete vidas. Cuidado Contador.
El madrileño tiene familia en Colmar, la meta de hoy. La tía Dolores. Allí estarán también sus padres, que acaban de llegar al Tour. Y su hermano Fran. El equipo de los «Contador». El de Armstrong se llama Astana, dirigido por Johan Bruyneel. Hay detalles en carrera y testigos que así lo corroboran. Por ejemplo: momento de calma en el pelotón. Tiempo para soltar lastre. Contador se abre a la cuneta. Alivio. Un momento para mear. Lo hace solo. Nadie más del Astana. Cien metros más allá se detiene Armstrong. Él mea. Tres gregarios del Astana miran. Vigilan. Le esperan. Y le remolcan tras la última gota. Su coro azul celeste. El equipo de Armstrong.
Y el Tour de Armstrong. Vencedor mediático. Aunque muchos están hartos. Como Sastre. «Éste es mi séptimo Tour y nunca había sido tan extraño, raro. No se habla de la carrera», protesta. Lleva el número uno y vive a la sombre del duelo interno en el Astana. «Es aburrido», sentencia. A Sastre, como a Evans y los hermanos Schleck les toca hoy pasar revista y aclarar con sus ataques quién es el verdadero líder.
Árbitros de la prueba
Ellos dirán si la era de Armsgtrong está a punto de ser retirada de escena o si el americano es capaz de rejuvenecer en la prueba más cruel del mundo, la que ayer llegó a Vittel, la ciudad que da nombre al agua que bebe Francia. De la eterna juventud.
Alto voltaje durante los primeros 80 kilómetros. A navajazos. Hasta que el Columbia de Cavendish vio que la de ayer no iba a ser otra victoria. Y desistió. Por eso, y por la pelea entre Egoi Martínez y Pellizotti por el maillot de la montaña, nació la fuga: ellos dos, más Calzati, Fothen, Levefre y Pauriol. Seis. Luego llegó el séptimo, Sorensen. Viejo sabueso. Había olido la pieza. Les cogió solo. Les avisó. Era el más poderoso.
Vittel es es para los mayores. El reclamo de la eterna juventud. Sorensen lo escuchó a 22 kilómetros del balneario. En su palmarés apenas hay una victoria, en la Vuelta 2005, en Ávila, cuando estaba a sueldo de Sastre. Ahora le pagan los Schleck. Desde hoy tirará para ellos. Por eso tenía que ser ayer. En Vittel.



