Domingo
, 22-11-09
LO peor del tripartito que gobierna en Cataluña reside en su condición megalítica. Está hecho con grandes piedras sin labrar y ello, que le aporta valor arqueológico, le priva de toda elegancia y sutileza. Es tosco y, en ocasiones, resulta impertinente. No por sus maneras centrífugas o su pretensión soberanista, algo respetable y democrático; sino por su conducta y sus formas de manifestar las confusas y contradictorias intenciones que le animan. Un catalán tonante es menos catalán que otro instalado en el seny, la forma distinguida y silenciosa de la indecisión, y el trío de sotas hoy triunfante en el Govern, sin llegar a la rauxa, es alborotador y díscolo. Quizás para que, a falta de ideas y escasez de hechos, se pueda advertir su presencia.
José Montilla, el president, ofrece el mejor perfil del trío. Es, al tiempo, el líder de un subpartido, el PSC, que, para ser algo, disimula la propia razón de su fortaleza, el PSOE. Debe resultar incómodo vivir en esa contradicción. Josep Lluís Carod-Rovira, vicepresidente y todavía representante de ERC, es una figura que, aunque resulte tangible y genere IRPF, parece más literaria que real. Es un Tartarín de Tarascón de un poco más al sur y sus despropósitos sirven de bálsamo hilarante en una España crispada y hosca. Joan Saura, el tercer hombre y consejero de Interior, es el cabeza de fila de una sopa de letras muy catalana, ICV-EUiA. Una izquierda pretendidamente radical, difícil de entender en sus orígenes y totalmente incomprensible por su fines.
A un año de las elecciones autonómica catalanas, Saura viajó a Madrid para, en la exasperante espera de la sentencia del TC sobre el Estatut que animó Zapatero, sugerirle al órgano vigilante de los valores constitucionales que dimita para facilitar su sustitución. De todas las formas de coacción desde el ejecutivo sobre un Tribunal, aunque no sea jurisdiccional, la de Saura es la más impropia y risible. Siempre hay algo de eso en este Buster Keaton que cuando habla no dice nada. No seré yo quien defienda la vocación por la componenda que evidencia el Tribunal que preside, pasada de fecha, María Emilia Casas; pero es tan impresentable el cacareo de Saura, ese hermoso ejemplo de megalito barcelonés, que merece una solicitud de respeto, al menos formal, para el Tribunal Constitucional que, por otra parte, no necesita ayudas para su desprestigio.