Debo confesar que este asunto me aburre hasta el agotamiento. Hace unos años me hubiera indignado, incluso irritado, pero ya casi ni me interesa, lo doy por inevitable. He escrito muchas veces, en las páginas de ABC, sobre estas imposturas del Museo del Prado, de su absurdo y decretado camino trazado para convertirlo en un Centro de Arte Contemporáneo, o mejor, en un parque temático. También lo he hecho sobre el papel subsidiario del MNCARS en ese contexto, convertido en sala de arte del siglo XX del primero, aunque nadie parezca verlo ni creerlo. Del mismo modo, he escrito sobre el disparate del plan museológico de nuestra primera pinacoteca, de redacción tan lamentable como su propio contenido y que, evidentemente, permanece en el limbo del derroche presupuestario e intelectual, cosas de las que estamos alarmantemente necesitados. Un plan que, sin embargo, fue aprobado por su Patronato, por el Parlamento y por el Gobierno socialista en su primera legislatura y todos encantados, derechas, izquierdas y otros: lo he leído en las actas parlamentarias de aquel día. Por otro lado, del plan museológico actual del Museo Reina Sofía nada se conoce, a no ser lo que pudiera deducirse de la reciente nueva ordenación de su colección permanente, tan inane como anacrónica y castizamente microhistórica, según se dice.
Así las cosas, parece casi normal lo que ahora sucede. Tomás Llorens, disgustado, como otros muchos, acaba de afirmar que la propuesta de secuestrar el «Guernica» para llevarlo al Prado le parece una estupidez y estoy completamente de acuerdo, pero prefiero tomarlo como una suerte de entremés o chascarrillo para alegrar las pajarillas de todos, convencido del fatal destino de esta ocurrencia, propia, sin duda, de gente ociosa, cosa que me da mucha envidia.
Al conocer la noticia y los comentarios de sus protagonistas me ha venido a la memoria la conocida historia del «Diablo cojuelo» (1641), de Vélez de Guevara, e imaginaba a los directores de los dos museos como si fueran el diablo cojuelo y el ingenuo don Cleofás, charlando privadamente mientras levantaban los techos de sus museos con el fin de cambiarse cromos. Don Cleofás parece que debió decirle a su guía, según se desprende de sus declaraciones, «que no es buena señal, habiendo escaleras dentro, querer entrar por la de fuera», pero dará igual, ya lo verán.
Así que al final, de lo dicho, nada, de momento, sólo chascarrillos ociosos y divertidos, para animar lugares que no tienen nada que decir, exigencias del espectáculo y del negocio, como en un guión en cualquier hotel de Las Vegas. Pero ¡ay! que la ministra de ambos, la de Cultura, ha señalado que se trataba de una «respetuosa» propuesta del Prado. ¡Luego ha existido y, a todo esto, los respectivos Patronatos sin enterarse de nada! A mí se me ocurren muchas cosas, pero no tengo más espacio para seguir proponiendo respetuosamente posibles destinos para el «Guernica», pero va a ser que no daré ideas, tanto me aburre el asunto, aunque me tienta seriamente reclamar auxilio al MoMA para que vuelva a llevarse la pintura de Picasso, mientras por aquí seguimos con estas estupideces castizas.
Por cierto, ¿por qué no se aplica también al Museo del Prado el decreto de «buenas prácticas»? Sería divertido y para algo habría servido el aburrimiento general.