Se esperaban daños colaterales por la pifia de Lyon. Quizás un plebiscito contra el entrenador, el principal de los señalados por un sector de la prensa. Un culpable sobre quien descargar la mochila de la decepción. Pero el socio del Madrid convive en un estado confuso desde hace tiempo. Sólo se queja cuando el hartazgo es notable.

Para colmo, los aficionados empeoraron en su estado de ánimo porque estuvieron siguiendo en los video marcadores del estadio la final de la Copa del Rey de baloncesto. Un «apagón», muy protestado por un sector del público del Bernabéu, interrumpió la paliza del Barcelona.

Pero lo importante estaba en el césped. De entrada Pellegrini evitó el chaparrón. Y su equipo le echó una mano para enterrar cualquier atisbo de manifestación. Lo hizo en apenas dos minutos. El rifle con mira telescópica de Cristiano Ronaldo y un penalti bien resuelto por Kaká calmaron los ánimos. En el primer tanto CR se levantó la camiseta y mostró una simple leyenda: Madeira. Su casa. Un lugar azotado por las lluvias torrenciales y que se ha llevado la vida de más de treinta personas.

Con el Reglamento en la mano, tarjeta amarilla. Pero Muñiz miró para otro lado. Aplicó bien la ley de la ventaja de la sensibilidad. Desde hace tiempo se sancionan este tipo de exhibiciones porque algunos jugadores lo utilizaron para lanzar mensajes políticos o de dudosa temática. Aplaudió el público el gesto.

Iguala a Higuaín

El gol también sirvió para que CR igualase momentáneamente a Higuaín como máximo goleador en la Liga, con 12 tantos. Tercer partido consecutivo levantando los brazos. Y otra buena actuación del luso, que puso en bandeja el tercer tanto del Madrid al «Pipa» Higuaín en un contragolpe de libro.

Respiró entonces el equipo y Pellegrini dejó de sentir el nudo de la corbata apenas cinco minutos porque hubo relajación y se volvió a estrechar el marcador. Una noche con el pulsómetro en cotas poco recomendables.