SƔbado
, 20-03-10
SI maƱana se declarase una plaga que asolase un continente entero y se descubriera que en una región determinada cuyos pobladores practican la dieta vegetariana tal plaga tambiĆ©n se ha declarado, aunque con mucha menor virulencia, a nadie en su sano juicio se le ocurrirĆa deducir que si la plaga no ha respetado a los pobladores de dicha región es precisamente porque son vegetarianos. Por el contrario, se deducirĆa que la dieta vegetariana, aunque no inmunice contra el contagio, lo hace mucho mĆ”s improbable; y se concluirĆa que, si unos pocos pobladores de dicha región han caĆdo vĆctimas de la plaga que devasta el continente entero, es mĆ”s bien porque los hĆ”bitos alimenticios menos saludables de regiones limĆtrofes han corrompido la dieta tradicional que los pobladores de dicha región habĆan mantenido inalterada durante siglos. Y, para combatir la plaga, no se condenarĆa la dieta vegetariana, sino que, por el contrario, se tratarĆa de deslindar cuĆ”les son los hĆ”bitos alimenticios menos saludables que fomentan su propagación.
A nadie se le escapa que nuestra Ć©poca padece una plaga de magnitud creciente llamada pederastia. No hay semana en que no leamos en la prensa que se ha desarticulado una red de pornografĆa infantil; no hay semana en que no sepamos de niƱos que han sufrido abusos perpetrados por adultos sin escrĆŗpulos, con frecuencia familiares suyos. Y, mientras la plaga arrecia, descubrimos que tambiĆ©n se ha extendido, aunque con mucha menor virulencia, entre los sacerdotes católicos: asĆ, por ejemplo, en Alemania, de las 200.000 denuncias de abusos infantiles realizadas desde 1995, sólo 94 afectan a ministros de la Iglesia. De lo cual habrĆa de deducirse, en estricta lógica, que el celibato, si no inmuniza contra la pederastia, la hace mucho mĆ”s improbable; y tambiĆ©n que si unos pocos sacerdotes han incurrido en tan aberrante crimen es mĆ”s bien porque la plaga que padece nuestra Ć©poca se ha infiltrado en la Iglesia, corrompiendo con sus hĆ”bitos perniciosos lo que estaba mĆ”s sano que el resto. Y, en nuestra lucha contra la pederastia, lejos de condenar el celibato, tratarĆamos de deslindar cuĆ”les son esos hĆ”bitos perniciosos que se enseƱorean de nuestra Ć©poca.
Pero en la campaƱa feroz que en estos dĆas se promueve contra la Iglesia nada se rige por el Ā«sano juicioĀ». Y, asĆ, se establece una relación directa entre celibato y pederastia que la estricta lógica repudia; pero ya se sabe que cuando el misterio de iniquidad anda suelto, la estricta lógica es vituperada, escarnecida y sepultada por el odio. Establecer una asociación entre celibato y pederastia es tan desquiciado como establecerla entre ayuno y triquinosis. De una persona que infringe el ayuno que a sĆ misma se ha impuesto podremos predicar que carece de fuerza de voluntad, o de convicción; pero si esa persona que infringe el ayuno enferma de triquinosis habremos de concluir, inevitablemente, que le gusta comer cerdo. De un sacerdote que infringe el celibato podremos predicar que las debilidades de la carne ejercen sobre Ć©l un imperio mĆ”s fuerte que la lealtad a sus votos; pero si un sacerdote abusa de un niƱo habremos de concluir, inevitablemente, que padece una desviación sexual. Sacerdotes dĆ©biles, infractores del celibato, los ha habido siempre, como queda testimoniado en la obra de Lope de Vega o del Arcipreste de Hita; pero su debilidad la han satisfecho con mujeres. Los escasos sacerdotes que abusan de niƱos no lo hacen porque su sexualidad estĆ© reprimida por el celibato, como desquiciadamente pretenden los promotores de esta campaƱa feroz, sino porque su sexualidad estĆ” desviada. En la misma dirección, por cierto, que nuestra Ć©poca aplaude y estimula y promueve, aunque luego se rasgue farisaicamente las vestiduras cuando tal desviación se ensaƱa con la infancia.
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