SƔbado
, 24-04-10
COMO vuelven las moscas a la miel, volvemos los españoles a discutir sobre el velo islÔmico; y, como las moscas en la miel, terminaremos muriendo, presos de patas en el atolladero de nuestras propias contradicciones. A suscitar contradicciones en el seno de Occidente lleva algún tiempo dedicado el Islam, acogiéndose a la doctrina preconizada por el libio Gadafi: «AlÔ garantizarÔ la victoria islÔmica sin espadas, sin pistolas, sin conquista. No necesitamos terroristas, ni suicidas. Los mÔs de cincuenta millones de musulmanes que hay en Europa lo convertirÔn en un continente musulmÔn en unas pocas décadas». Y, mientras llega la victoria garantizada por AlÔ, el Islam se entretiene proponiéndonos trampas saduceas que acorten esas pocas décadas.
Para poder entender el sentido de esta trampa saducea, si no queremos caer en la chĆ”chara inepta de liberales y progresistas (que son ramas del mismo Ć”rbol emponzoƱado), habrĆa que empezar recordando una verdad incontrovertible: las civilizaciones las fundan las religiones; y, con el ocaso de las religiones, las civilizaciones se van apagando, hasta su extinción. La convivencia humana reclama una ligazón colectiva, una adhesión a una visión particular del mundo que sólo proporciona la creencia religiosa comĆŗn: cuando tal creencia comĆŗn arraiga, como ocurre en el Islam, es posible acometer con entusiasmo empresas conjuntas; cuando tal creencia comĆŗn se disgrega, corrompe o sustituye por idolatrĆas de signo polĆtico diverso, como ocurre en Occidente, no sólo resulta imposible acometer empresas conjuntas, sino que la propia convivencia humana se torna insostenible. Ā«Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sĆ misma desde dentroĀ», escribió Will Durant; y en el Islam saben bien cómo precipitar esa destrucción.
En Occidente hemos resuelto arrancar los crucifijos de las escuelas porque vulneran la Ā«libertad religiosaĀ», que es como finamente se llama a la cristofobia rampante. ĀæY quĆ© hacemos ahora con el velo islĆ”mico? El progresista (o sea, el cristófobo a calzón quitado) quisiera permitirlo, aduciendo que no es un Ā«sĆmbolo religiosoĀ», sino una costumbre inveterada entre musulmanes; cosa que provoca la risa floja, pues para el musulmĆ”n el orden social y cultural -como el polĆtico- se funda en el orden religioso. Por su parte, el liberal (o sea, el cristófobo a calzón atado) quisiera prohibir el velo islĆ”mico por la vĆa ordenancista, aduciendo que el reglamento de la escuela donde estudia la niƱa que se resiste a quitarse el velo exige que nadie lleve la cabeza cubierta; lo que, inevitablemente, conduce al callejón sin salida en el que la propia Esperanza Aguirre ha caĆdo, para regocijo de los cristófobos a calzón quitado:
-Si el reglamento dice que no se puede llevar la cabeza cubierta, ni las monjas podrƔn llevar la cabeza cubierta.
Y asĆ la trampa saducea consigue su propósito. Que en las escuelas se prohĆba que las monjas lleven toca, los curas alzacuellos o los niƱos medallas del Sagrado Corazón es un logro orgiĆ”stico a cambio del cual los cristófobos a calzón quitado estarĆan dispuestos a aceptar que se prohibiese tambiĆ©n el velo islĆ”mico. Y a lo que hasta los propios musulmanes accederĆan, siquiera por Ā«unas pocas dĆ©cadasĀ», mientras se consuma la victoria demogrĆ”fica profetizada por Gadafi.
Lo que este episodio vuelve a demostrar, como los Reyes Católicos bien sabĆan y la historia se encarga de recordarnos a cada poco, es que la convivencia humana, allĆ” donde no existe una creencia comĆŗn, es insostenible. Y en el Islam, mientras nos ven patalear como moscas en la miel de nuestras propias contradicciones, cuentan con los dedos de una mano las dĆ©cadas que faltan para que el velo sea obligatorio en la escuela.
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