No era lo que parecía. No era lo que aparentaba. Griñán por la mañana se vistió de Robin Hood y salió del bosque político de Sherwood para quitarle al sherif de Nottingham lo que avaramente disfrutaban los ricos. Era el héroe popular esperado en una época donde hasta los conejos se vuelven locos por ver brotes verdes. Era el héroe social que esperaban las rentas más bajas, menesterosas y acuciadas. Era el Pepe amigo de los parados, de los pensionistas, de los apartados por la maquinaria imparable del sistema y de la crisis. Y lo que le iba a quitar a los ricos malvados que ganan más de setenta mil euros anuales, se lo iba a dar a los tiesos. Pepe, por la mañana, en el Parlamento andaluz, fue eso: Robin Hood.
Cómo le aplaudían los suyos. Cómo lo vitoreaban. Cómo y de qué forma jaleaban su liderazgo, tan noble, tan virtuoso, tan mañaresco. Todo para los pobres. Pepe Wood quitaba a los ricos lo que los pobres necesitaban. Y además lo pedía sin utilizar el arco, las flechas o la espada. Con un religioso tono que impedía que una palabra sonara más fuerte que la otra. Beatíficamente. Con esa solidez moral que sólo respiran los santos que dedican su vida a los pobres. Pasaba a la historia como el presidente de los pobres. Como el Robin Hood de las autonomías. Y eso exigía aplausos, vuelta al ruedo y el camión de las copas del Sevilla para pasearse, si falta hiciera, por toda la comunidad.
Pero todo era una interpretación. Una perfecta interpretación política. Tan enorme que por la tarde se descubre que Robin Hood era el sheriff de Nottingham. Y que lo que le quitaba a los ricos también se lo quitaba con su reforma fiscal a los pobres. Robin Hood tenía dos caras. Robin Hood no era más sincero que un telepredicador. Robin Hood era un descarado vendedor de teletienda prometiéndote unos abdominales como los de Cristiano Ronaldo si compras un aparatito que te colocas en la barriga mientras sólo tienes que hacer el esfuerzo (titánico a veces) de ver la tele. Dos caras. Dos rostros. Dos imágenes. Dos mentiras políticas. Fue descubierto, puesta su santidad en evidencia y apeado de su hornacina. Entonces nadie le aplaudió. Las manos se escondieron y los rostros, algunos, se sonrojaron. Resulta difícil justificar una celebración cuando te pillan con el carrito del helado. A Pepe lo pillaron. Haciéndole trampas a los pobres, a los suyos, a sus famélicas legiones. Robin Hood y el sheriff de Nottingham eran la misma persona. Una obscena bipolaridad.