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Columnas / ANDALUCÍA IMPARABLE

Un soneto para Zapatero

El estado de ánimo de ZP, su rostro desencajado, su sonrisa de purpurina estaban escritos desde el XVII

Día 13/06/2010 - 09.21h
Zapatero ya es historia sin haber sido nada. Zapatero no es ni siquiera el pasado que se le supone a quien ha sido presidente del Gobierno durante seis años, seis. Desde el fondo del tiempo, Francisco de Quevedo le reescribe un soneto con hechuras de epitafio. «¡Ah de la vida! ... ¿Nadie me responde? / ¡Aquí de los antaños que he vivido! / La Fortuna mis tiempos ha mordido; / las Horas mi locura las esconde». La Moncloa es un ataúd político, una morgue donde Lorca podría mojar la pluma del poeta en Nueva York, un espacio abonado al surrealismo trágico. La Fortuna, tan esquiva y barroca, ha mordido a quien se creía el dueño absoluto de la baraka, esa suerte del inútil.
El estado de ánimo de ZP, su rostro desencajado, su sonrisa de purpurina estaban escritos desde el XVII: «¡Que sin poder saber cómo ni adónde,/ la salud y la edad se hayan huído! /
Falta la vida, asiste lo vivido, / y no hay calamidad que no me ronde». Se fueron las promesas vacuas, el pleno empleo de calidad, la España progre donde siempre haría sol y la carcundia se refugiaría por los siglos de los siglos en la penumbra de su negrura existencial. Donde hubo sonrisa de optimista compulsivo sólo queda el resto de la mueca. Y las calamidades rondan al presidente como cuervos que se ceban con el cadáver político que ha descubierto Durán i Lleida.
Mas la tragedia del zapaterismo no es su final, sino la falta absoluta de principios. ¿Qué queda? Nada. El pasado le pasó por encima y el futuro no lo espera. «Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto; / soy un fue, y un será y un es cansado». España está dirigida —es un decir— por alguien que vive en un eterno presente, por un presidente que se desdice a cada momento, un virtuoso del humo, de la voluta que se retuerce hasta dar con la tecla que debe sonar en cada instante. No le valen ni los principios que podrían atarlo al pasado ni los proyectos que presenta sin voluntad de cumplirlos: todo presente táctico. Hoy se hace lo contrario de lo que ayer se prometió. Se rectifica sobre lo rectificado como el poeta vive sobre lo vivido. Antes de irse Zapatero ya es la nostalgia de la España que no pudo ser. Pura metáfora de la decepción, alegoría precisa del desengaño.
El adanismo infantil se ha cubierto con el luto de una muerte prematura. ZP quería inaugurar una era. Empezar de nuevo. Abrir las puertas de la Historia. Y se ha encontrado con los despojos de su demagogia. Con el esqueleto de la mentira. Con los versos de Quevedo que definen mejor que nada y mejor que nadie lo que nos espera a cada uno de nosotros: «En el hoy y mañana y ayer, junto / pañales y mortaja, y he quedado / presentes sucesiones de difunto». Creíamos que era posmoderno tirando a zen y resulta que nos ha salido el más barroco de los presidentes de la democracia. Los pañales de Adán ZP se han convertido en la mortaja que lo espera al otro lado de las elecciones. Ya sólo queda esperar el milagro de la resurrección de la primavera, tan machadiano como el olmo seco hundido por el rayo de una crisis que no cesa. Esperar sin esperanza. Presentes sucesiones de difunto. Quevedo ya lo escribió en el siglo del Barroco que vuelve.
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