Rugby
¿Qué pasó con... José Miguel Villaú?
Se formó en el Colegio Aljarafe, pasó por el CAR y jugó en el Universidad de Sevilla y en Francia, donde acabó antes de volver a casa y cumplir el sueño de jugar el Mundial de 1999 con España
Llegó tarde al rugby, pero este bendito deporte le ha dado la oportunidad de vivir experiencias increíbles. Fue subcampeón liguero con el Universidad de Sevilla (la licencia federativa pasó al Mairena Rugby), jugó en Francia y en 1999 tuvo el privilegio de disputar el Mundial ... con España. Menudo honor.
¿A qué se dedica?
Trabajo para Pionner, multinacional americana de semillas. Es la división de semillas de Corteva. Desde que regresé de Francia, en 1999, va a hacer 23 años que estoy ahí.
Qué bonita aquella rivalidad entre el Ciencias y el Universidad...
Sí, había muy buen ambiente, dos equipos punteros. Cuando subimos, tuvimos la suerte de formar un grupo muy bueno y se logró el subcampeonato. Había muchos derbis a lo largo del año, tanto en Liga como en Copa FAR, y era un espectáculo.
¿Cómo empieza en el rugby?
Llego por mi grupo de amigos de siempre. Uno de ellos, Luis Blázquez, me animó. Probé con 17 años. Nos íbamos al Aljarafe en autobús, subíamos, entrenábamos y jugábamos. Desde entonces fue un no parar.
Llegó a jugar en Francia.
Sí, tuve esa suerte. En un partido contra la República Checa en Santander, un directivo de Mont-de-Marsan me preguntó si me interesaba. Le dije que me iba encantado, pero que antes tenía que entregar el proyecto de fin de carrera de perito agrícola. Y así fue. Hablamos y, cuando entregué el proyecto, me fui para allá.
¿En qué categoría jugó?
Élite 2, como una segunda B de fútbol. El año que llegué se subió a Grupo B, que era la actual Pro D-2. Luego se ascendió a Top-14, pero yo me tuve que volver para hacer el servicio militar, en mi caso la objeción de conciencia. Un poco absurdo porque ya quedaban seis meses de servicio militar obligatorio. Tuve la suerte de aprovechar esos dos años, que fueron magníficos.
¿En Francia se cobraba?
No había el profesionalismo que hay ahora. Había dos o tres con contrato, y el resto, amateur. Yo trabajaba, a la vez que jugaba, en una conservera de maíz dulce, y también fui responsable de calidad de una empresa de foie gras. Había un sueldo mensual, tenías primas por ganar y te ofrecían la posibilidad de trabajar.
¿Cómo valora la experiencia?
Insuperable. Tanto a nivel deportivo como a nivel personal, por la amistad y el acogimiento que tuve. El vínculo sigue porque mantengo relación con ellos y han venido un par de veces todos con sus familias. Mont-de-Marsan es la pequeña Andalucía francesa. Gustan mucho los toros, las tapas, la vida en la calle...
Tuvimos la suerte de estar enganchados en el grupo. Agustín estaba en Madrid jugando. Fue una experiencia brutal, única.
Tres partidos, ¿verdad?
Sí. Uruguay, Sudáfrica y Escocia. El de Uruguay se debió haber ganado, pero tuvimos demasiados fallos en la melé estática. Ellos aprovecharon sus oportunidades. En los otros dos partidos había poca historia. El objetivo era ganar como fuera a Uruguay y dar la mejor imagen posible ante Escocia y Sudáfrica. Aunque los resultados fueron abultados, se dio bastante la cara.
La condición amateur del rugby potenciaba los lazos fraternales.
Claro, es que íbamos a Irún, por ejemplo, en furgoneta. Y teníamos que poner dos mil pelas para gasoil. Luego todo fue mejorando, pero los inicios eran así.
Todavía le queda el veneno del juego...
Eso ya no se quita. La cabeza sigue pensando que puedes jugar, pero el cuerpo te dice que no. Los pospartidos de veteranos te dejan una paliza, pero te recuperas y otra vez te enganchas.
Hay una gran generación de exjugadores sevillanos que rondan los cincuenta.
Sí. Los que nacimos entre el 69 y el 72. Ahora está pasando igual y al menos se ha conseguido, con este boom del rugby, que ya nadie te pregunte que dónde llevas el casco y las hombreras. Fue un momento de ebullición del rugby. Y de calidad.
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