Argentina no juega un pimiento. Hay que decirlo ya. Desde el minuto uno. Sin cortapisas. Es de obligado cumplimiento no engañar al personal cuando el asunto es transparente. Luego igual gana el Mundial y lo hace goleando en la final en Maracaná a Brasil. O a Alemania. O a Italia. Incluso a España. Pero por el camino apagará millones de televisores. La selección de Alejandro Sabella es, de todas las favoritas, con mucha diferencia, la que menos talento tiene en el centro del campo, con todo lo de soporífero que ello conlleva. [Así hemos contado el Argentina-Bosnia y Herzegovina en directo]
Ante Bosnia, en su estreno en el Mundial, Mascherano y Maxi Rodríguez formaron la sala de máquinas de la albiceleste. El primero, es un (mal) defensa central que lo mejor que se le recuerda en el Barça esta temporada es una decena de penaltis, a cada cual más escandaloso, ninguno de ellos pitados. El segundo va camino de los 34 años, actúa de volante en Newell’s Old Boys y ya ha jugado de largo los diez mejores partidos de su carrera (la mayoría de ellos en su etapa en el Atlético de Madrid). Lo peor no es esta aterradora dupla. Es lo que hay en el banquillo: Fernando Gago y la nada. Que es más o menos lo mismo. Y eso que el exmadridista, ahora en Boca, está en la mejor versión de su carrera. Menudas tres patas para el banco albiceleste.
El jefe en el banquillo tampoco ayuda mucho: Argentina tiene a un Javier Clemente como entrenador y, con ese estilo, ya se sabe que el tope está en los cuartos de final (sino antes), camino natural de los sudamericanos desde hace 24 años. Alejandro Sabella, ante Bosnia, no contento con dejar el timón de su equipo a un central, colocó una defensa de cinco. Para completar el cuadro, le entregó la pelota a Bosnia, que solo en las botas de Misimovic, un interior de 32 años que juega en China, reúne más calidad que todo los mediocampistas de Argentina.
Por cierto, de Messi, buenos síntomas, al menos durante cuarenta y cinco minutos. En la primera mitad, la miserias ya consabidas: trote cochinero, cabeza gacha, muchos balones perdidos y menos sangre que una zanahoria. Tras el descanso, el cambio de esquema de Sabella, que abandonó la línea de cinco colocando a Higuaín de nueve y sacando a Campagnaro, fue un acicate para el futbolista culé, autor del segundo tanto de Argentina, que ya se había adelantado a los dos minutos de juego gracias a un gol en propia puerta de Kolasinac, tras falta botada por el propio Leo. El tanto de Messi, su segundo gol en un Mundial, recordó a la mejor versión del 10 argentino: clásico eslalon desde la banda diestra hasta la medialuna del área para colocar un rosquita imparable al palo diestro del portero. La estrella argentina, junto a Di María, omnipresente, para variar, fueron lo mejor de la albiceleste.
Siesta en Maracaná
Pese a la victoria y el gol de Messi, la imagen del partido fue otra. Y no me refiero al ambiente de Bombonera que por momentos tuvo Maracaná. Parece una utopía ser argentino, asistir a un partido de tu amado país en ese templo del fútbol, en todo un Mundial, y quedarte dormido antes del descanso. Doy fe que sucedió así. En la grada anexa a la tribuna de prensa, no eran uno, ni dos, los hinchas de albiceleste que ante el hastío frente a sus ojos prefirieron rezar un pequeño Rosario. Toneladas de ayuda divina necesita esta Argentina si quiere ser campeón.







