Llevo practicando carrera de fondo, desde hace treinta y dos años. Lo hago una media de cinco o seis veces a la semana y, en ese tiempo, he podido recorrer más de cien mil kilómetros; la gran mayoría en el recinto del Parque de María Luisa.
Pero quien esto escribe no es una excepción o un sujeto extraño o atípico al que un buen día le dio por calzarse unas zapatillas y echarse a correr; no. Como quien suscribe hay en Sevilla cientos de personas que han querido que el deporte de la carrera de fondo forme parte integrante de su vida cotidiana, llegando a asumir, como le ocurre a los que se dedican a practicar dicho deporte, que sus días no tienen veinticuatro horas sino, a lo sumo, veintitrés… el resto es para correr.
Como digo, casi todos los kilómetros que he recorrido han sido en el interior del parque de María Luisa, habiendo ayudado a ello, al menos en un principio, el hecho de la inmediatez que tenía mi domicilio con dicho lugar.
No obstante, debo reconocer que no siempre que me he puesto las calzonas y las zapatillas y comenzado a correr lo he hecho con ganas; vamos, que hay muchas ocasiones en las que el cuerpo «lo que me pedía» era justo lo contrario; quedarme en casa tranquilo, descansando, o tomarme alguna cervecita a gusto en cualquiera de los bares de «mi collación».
El caso es que, una vez que la carrera entra en ti, es difícil escapar a su llamada, ya que notas una atracción interna que te «invita» —más bien te obliga—, a responder aceptándola; hasta el punto de sentir verdadero cargo de conciencia si, finalmente, no lo haces.
Sí, ya sé que lo que cuento es difícil de entender para quien no practique habitualmente este deporte, que más parece, por lo que cuento, una tortura o un martirio que eso, un deporte. Pero la realidad es así, como la relato.
De todas formas lo anterior merece alguna aclaración, pues, de lo contrario, sería imposible, no ya compartirlo, sino ni siquiera comprenderlo.
Siendo sincero, lo verdaderamente cierto es que correr es algo más. Especialmente en el parque, supone adentrarse en un ambiente, en un reducto, en el que uno puede sentirse seguro ante cualquiera de las adversidades o contratiempos que constante y diariamente nos asedian; es como si, la avenida de la Borbolla y la de la Palmera conformaran una especie de cinturón que te aísla de cualquier tipo de «agresión» que pudiera venir de fuera; traspasado aquél, sólo vale el que corre, sólo vale compartir, sólo hay compañerismo y amistad, sólo cabe disfrutar de ésta y de los sonidos, aromas y sensaciones que el propio entorno aporta.
Así sí; así sí puede empezar a entenderse en qué consiste esa llamada irresistible que nos lleva a vencer la pereza y nos empuja un día sí y otro también —haga frío o calor, viento o lluvia— a correr durante kilómetros y kilómetros sin doblegarnos ante la desgana y desidia que se anuncia para unos a primeras horas del día, para otros al final de cada jornada y para todos, muchas de las veces en que se acerca el momento de dar comienzo a la actividad deportiva.
Mas, llegados a este punto, a buen seguro que hay más de un lector que esté pensando que todo esto que cuento le parece muy bien. Al tiempo, se preguntará a qué se debe que alguien escriba este artículo y también por qué ahora.
Lo explico. Este año hace ya veinticinco que fue constituida la «Asociación Deportiva de Amigos del parque de María Luisa». Una Asociación que hoy día aglutina a unos ciento cuarenta corredores de ambos sexos y cuyo fin primordial no es sólo fomentar la práctica del atletismo de fondo, pues así hay muchas otras, sino también, aprovechando tal actividad deportiva, intentar despertar en sus asociados, las virtudes que esa práctica genera; virtudes tales como el sentido del humor, el desenfado, la colaboración, la comprensión, el respeto y la ayuda mutua; y, todo eso, teniendo al parque de María Luisa como protagonista principal.
Debido a esta efemérides, pienso que no sólo la asociación citada y sus componentes están de enhorabuena sino que también lo está la propia Sevilla que ha posibilitado que, dentro de uno de sus lugares más emblemáticos, germinaran hace un cuarto de siglo valores como los ya citados y como el compañerismo, la camaradería, la nobleza, la constancia, el espíritu de sacrificio y el de superación, todos ellos propios de una actividad deportiva como la carrera y plenamente extrapolables a cualquiera de las facetas de nuestra vida diaria.
No estaría mal que estos principios se exportaran más allá de las fronteras del propio parque de María Luisa —«El Parque»— y se instalaran de forma general en nuestra sociedad, que así, sin duda, alcanzaría la plenitud en su estado de forma.


