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Columnas / la tribu

Casa Pirula

Una vida escrita entre clientes, ya más personajes que los personajes famosos que frecuentaban su casa

Día 06/09/2010 - 07.06h
Cuando hace treintaitantos años conocí Casa Pirula, lo primero que pensé fue: «Esto es como la Venta Pazo, sino que en vez de estar en Sanlúcar la Mayor, está en Écija». Y no tanto porque los dos establecimientos orillaran la carretera nacional, uno hacia Huelva y el otro hacia Córdoba, sino por las almas trabajadoramente gemelas que tenían los dos dueños, Antonio Pazo y José Silva Martín, conocido por todos como Pepe Pirula. Toda su vida detrás de un mostrador, toda su vida viendo pasar gentes diarias y personajes que iban de cantaores a toreros, de tratantes a futbolistas. Dos monumentos a pie de carretera, abiertos siempre, y dos hombres echando horas sin echar cuentas. Nacidos para entregarse a su clientela, doliéndoles tener que cerrar cuando la madrugada lo cerraba todo. Una vida escrita entre clientes, ya más personajes que los personajes famosos que frecuentaban su casa.
Antonio Pazo murió hace poco más de tres años. Pepe Pirula murió el pasado sábado. Cuando ahora vemos cómo pagan millones por soplar barriobajera y canallamente el desliz de trasnoche de un famoso, pienso en lo que hubiesen podido ganar estos dos taberneros por contar —sin rozar una honra— parte de lo mucho que vivieron tras un mostrador, entre la gente de la noche y las copas de madrugada donde nadaban secretos inconfesables, historias que sólo ellos, los dos taberneros, sabían tanto como callaban. Los dos se llevan, editado en papel de prudencia, un mundo desconocido que se escribió con los codos en la gastada madera del mostrador o en la escalera que subía a las habitaciones.
En la Venta Pazo hay carteles de toros de la primera vez de algún genio, y en Casa Pirula, enmarcado, el primer billete de veinte duros que ganó. También ese billete es un cartel de todos, bajo el que podemos escribir: «Cien pesetas, cien, de la ganadería del sudor…» Si en la Venta Pazo reinan la regañá redonda y grande —crujiente luna de pan— y la mejor cola de toro, en Casa Pirula reinan el mejor arroz con perdiz y los mejores molletes con la mejor manteca colorá con tropezones. Pero por encima de todo, la historia de dos hombres que murieron trabajando. Con qué justicia veríamos colgarles —ya a título póstumo— la Medalla al Mérito del Trabajo. En los dos sitios, a Dios gracias, quedan los hijos sosteniendo la honrada herencia. Pero en los dos sitios, inevitablemente —lo entenderán mis queridos Antonio Pazo y José Manuel Silva—, siempre hallaremos un enorme vacío. Porque ahora, muerto Pirula, a Écija se le desmocha una torre, una humanísima torre.
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