Decía la semana pasada Pepe Mel que él no perdía treinta segundos en hablar ni de los administradores, ni de Oliver, ni de la juez Alaya. Los que lo leímos interpretamos que el técnico verdiblanco estaba absolutamente concentrado en el trabajo con el plantel, sin tiempo para detenerse en las muchas querellas que desde hace meses asaetean al club de Heliópolis. Fue a lo que se ve una interpretación errónea, porque Mel lo que acaso quiso transmitir es que estaba absolutamente centrado en el contrato de renovación que le ha ofrecido un señor con doce acciones que según la Guardia Civil no debe estar en el consejo de administración de la entidad y que dentro de unos días, no de semanas o de meses, tendrá que abandonar el club por la gatera que da al solar de tierra del Villamarín.
El inminente acuerdo lo adelantó Mateo González en estas páginas. Y el martes Rafael Gordillo confesó que Mel le había comunicado que estaba estudiando una oferta. El que será nuevo presidente del Real Betis Balompié tras la Junta de Accionistas del día 13 fue elegante al opinar sobre ello: «Él es mayor de edad y sabe lo que tiene que hacer y cuál es la situación». Que es mayor de edad está claro sin tener que hacerle la prueba del minoxidil; que conoce el momento de cambios profundos que va a sufrir la sociedad, también, pero que sepa lo que tiene que hacer lo dudamos, a tenor de lo publicado.
Si Pepe Mel firma un contrato de renovación diez días antes de que la entidad sea de nuevo, al menos coyunturalmente, de todos los béticos, será un grano en un cuerpo que se pretende sanar y no podrá quejarse de que le reprochen su oportunismo, la anteposición de sus intereses a los del club al que sirve, el ser considerado la última hipoteca de un Betis que la afición quiere libre. Libre hasta para que no le impongan siquiera un entrenador triunfante.
