Hace unos años, cuando él aún bebía zumos de naranja para mantener la línea y yo cerveza para empezar a perfilar la curva, Pablo Blanco, ocioso presentarlo, me sintetizaba el problema de los porteros veteranos: «Les falla la vista y eso les afecta en los balones lejanos». Yo no sé si las nuevas técnicas con láser acabaron con el problema visual de tan insigne gremio o si ahora son otras taras las que afectan a los guardametas, pero en la última jornada liguera tanto Palop como Goitia tuvieron problema con la medición de las distancias, con la coordinación de sus movimientos y con la toma de decisiones ante balones que les llegaban de lejos. No pudieron estar más desafortunados.
La inexplicable actuación de ambos no puede llevar a culparlos de la derrota, pues hay otros diez tocapelotas con distintos grados de responsabilidad para compartirla, pero sí a simbolizar en ellos la situación actual de sus equipos, que afrontan los partidos sin confianza, dubitativos, faltos de la más mínima coordinación —sensorial y física en el caso de los porteros, colectiva en lo referente al grupo— y sin autoestima. El Betis no da una puntada certera desde hace cuatro partidos y empieza a convertir los récords positivos en negativos, mientras el Sevilla desgasta ya su prestigio después de declararse hace tiempo en quiebra futbolística.
Si los problemas individuales de nuestros conjuntos son solucionables —en nuestro ejemplo, Javi Varas y Casto han demostrado que se puede, y se debe, contar con ellos— el colectivo tiene peor pinta. No basta con decir como Gregorio Manzano, y secunda Pepe Mel, que todo tiene solución menos la muerte, sino demostrar con hechos conocerla. Antes de que los suyos estén fiambres.