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sol921

Columnas / tiempo de vísperas

Silencio

Día 27/03/2011 - 08.06h

Si alguien piensa que la Semana Santa es superficial y hueca, puro barroquismo intrascendente rayano con el folklore vacuo, que se vaya esta tarde a San Juan de la Palma y se encierre con Dios a solas. Allí, en la capilla sacramental, la blancura adivinada en esa urna de plata viva. Y la túnica blanca del Justo al que tomaban por loco. Ternura roldanesca en esa mirada que conmueve al más duro de oído. Blanco sobre blanco. Un silencio tan hondo como el Misterio que habita en el cofre repujado del corazón. Apenas se oyen los ecos de la marea que mece la mar amarga de la Amargura. El náufrago busca la luz y encuentra la blancura silenciosa de Dios, el Silencio blanco del Cristo.

Al otro lado del espectro, el Silencio del Nazareno que siempre nos espera tras el atrio de San Antonio Abad. Ecos de fervorín y ansias de Madrugada en el compás abierto al cielo de marzo. Fuera se queda el ruido que impide la reflexión. Dentro, el ruán y la estameña, el luto del color que no lo es, el negro absoluto de la cofradía que jamás ve la luz de la mañana. Sobre el hombro, una cruz de carey y plata para demostrar una vez más que el prodigio consiste en convertir el dolor en una obra de arte. Silencio en blanco y negro. Dios es daltónico y no distingue colores ni razas.

El triángulo silencioso se resuelve en el vértice del Salvador. Allí permanece el Crucificado que nos abraza desde la noche del primer Domingo de Ramos. Su nombre es el nombre conseguido de los nombres. La profundidad de la Semana Santa llega a los límites de la hondura. Con sus brazos eternamente abiertos, el Cristo del Pelícano le dice a la ciudad por qué permanece clavado en el patíbulo. No hace falta que el sonido brote de sus labios dormidos. Le sobran trece versos del soneto. Le basta con el último endecasílabo: «Por este Amor callado que te tengo».

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