En su primera gran cita europea el equipo blanco fracasó ante el Milán, que logra su primera victoria en el Bernabéu
El Madrid le entrega el cuello a su viejo verdugo
Real MadridMilan
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Real Madrid: Casillas; Ramos, Marcelo, Pepe, Albiol; Lass Diarra, Alonso, Granero (Drenthe, min. 67); Kaká, Raúl y Benzema.

AC Milan
: Dida; Zambrotta, Oddo, Thiago Silva, Nesta; Pirlo, Ambrosini, Seedorff; Ronaldinho (Flamini, min. 89), Pato e Inzagui (Borriello, min. 60)

Arbitro: Franck de Bleeckere (BEL). Amonestó a Albiol (min. 53), Raúl (min. 86) y Marcelo (min. 90) por parte del Real Madrid; y a Zambrotta (min. 70) y Nesta (min. 86) por parte del AC Milan.

Estadio: Santiago Bernabéu.
Llegó el viejo verdugo, el capuchón desteñido, el hacha roma, el andar corvo, la bilis seca, que daba pena verlo, pero al final se arrancó el camuflaje decrépito y volvió a tentarle el cuello al Madrid. Bastaron el fundamento de Pirlo y Seedorf y la sangre joven de Pato para montar el cadalso. Hoy vaga por Europa una sombra blanca.
La ansiedad siguió a la pobreza en el ataque del Madrid; y la torpeza a la debilidad, en la defensa. Frente a su falta de identidad, un Milán senil acabó patriarcal.
Estos dos grandes entablaron de entrada una cita lánguida. Abrieron un ritmo mariposón, no un choque de colosos. En la enervante velada del primer tiempo podría haber sido el amo hasta Ronaldinho, aquel mago que se hizo estafador. Faltaba un truco que hiciera aparecer algo en esta noche de nada por aquí (Madrid), nada por allá (Milán), y otra vez, varita blanca, surgió Raúl. Raúl siguió mirando al portero Dida, que había parado un tiro, cuando el mundo, relajado por la parada, se puso a silbar, a saludar al vecino, a mirar la hora, a ver cómo se daban la vuelta Benzema y los demás. Raúl, no. Él siguió en el fútbol en ese momento de dispersión, intuyó el error del portero y se sacó de la manga el 1-0. Otra magia no había.
Se supone que el Bernabéu iba a ser esta temporada ese lugar mítico donde basta soñar para que los deseos se cumplan. De momento, nadie soñaba; solo se dormía. Al Madrid volvió a faltarle viveza, desmarque y movilidad. Lass cruzaba con su centella, pero el resto era tumulto o vacío: todos en el centro del ataque y nadie en las bandas, salvo Marcelo. Si se animaba Ramos, Lass también centelleaba hacia atrás, para cubrir agujeros. Se trataba casi de un prurito laboral del francés, pues aún no parecía el Milán capaz de explotarlos.
Antes del 1-0, Benzema había tenido la originalidad de prosperar en el área. Regateó a Zambrotta, que le hizo penalti. El árbitro se dejó persuadir por ese hilarante ademán de los defensas que viene a decir: «He tocado balón». Esperamos la irrupción de un árbitro que sepa contestar: «Naturalmente, estúpido, has podido tocarlo porque antes le barriste las piernas al pobre chaval».
El segundo tiempo, envés del primero, empezó con un balón del decepcionante Kaká manoteado por Dida. Fue mano de santo, y el santo esta vez no fue Casillas. La hagiografía de Íker se veló ayer con dos antimilagros que costaron el 1-1 y el 1-2: el tirazo de Pirlo y el gol de Pato premiaron la metamorfosis del Milán. Se ajustó el capuchón, afiló el hacha, aceleró el andar, envenenó la bilis y el 2-3 de Pato borró la magia que Raúl, con un nuevo truco al sacar un córner, le había contagiado a Drenthe para el 2-2. Hasta le sobró al Milán un gol mal anulado por el árbitro.
Dolerá el tajo: el Madrid, lejos de soñar, despertó a la realidad decapitado de nuevo por su viejo verdugo.

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