Así la calificó Juan Pablo II, gran amigo de Teresa de Calcuta. En la misa de su beatificación pidió que «veneremos a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad».
Teresa de Calcuta es una de las personalidades más relevantes del siglo XX, reconocida su menuda figura en toda la amplia geografía del mundo. El Gobierno indio decidió otorgarle «funerales nacionales con honores militares», reservado para los jefes de Estado.
Ella, que se entregó a Cristo al servicio de los pobres más pobres, recibió 124 premios internacionales, convirtiéndose en la mujer más laureada de la historia. Entre sus premios más prestigiosos: Premio Padmashree (del presidente de la India), agosto 1962; Premio de la Paz Juan XXIII, enero 1971; Premio Internacional John F. Kennedy, septiembre 1971; Premio Nobel de la Paz, diciembre 1979; Orden al Mérito (de la reina Isabel II), noviembre 1983; Medalla de oro del Comité Soviético por la Paz, agosto 1987; Medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos, junio 1997...
Se llamaba Agnes Gonxha Bajaxhiu y nació el 26 de agosto de 1910 en Skopie, actual capital de Macedonia, aunque en aquel entonces bajo dominio turco, de familia profundamente cristiana en medio de un mundo mayoritariamente musulmán.
El 25 de septiembre de 1928 salió de Skopie rumbo a Irlanda, donde se encontraba la casa generalicia del Instituto de la Beata Virgen María, fundado por Mary Ward, conocidas popularmente por «Loreto Sisters» y en España por las Irlandesas. Su paso por Irlanda fue fugaz. Inmediatamente fue enviada a la India. Esas navidades las pasó en el mar, rumbo a Bengala, llegando a Calcuta, la ciudad con la que se encarnaría de por vida, a principios de 1929. En Dajeerling, al pie del Himalaya, a 700 kilómetros de Calcuta, inició su noviciado. En él, al tiempo que se ejercitaba en su nueva vida religiosa, comenzó a aprender el inglés, el bengalí y el hindi. En 1931 hizo su profesión religiosa tomando el nombre de Teresa, por devoción a la santa de Lisieux, que había sido canonizada recientemente por Pío XI.
Seis años más tarde, en 1937, emite sus votos perpetuos, esta pequeña «dama irlandesa» que gastará los próximos años de su vida como profesora en un colegio de Calcuta. «Después del Catecismo, Geografía era mi materia favorita», decía. En carta a su madre, le confiesa: «Querida mamá, me gustaría mucho estar contigo, pero debo decirte que tu pequeña Gonxha es feliz... Soy profesora y el trabajo me gusta».
Teresa no es indiferente al mundo que le rodea. Calcuta, capital superpoblada de Bengala, hormiguero de miseria donde la gente nace, vive y muere en las aceras, donde los bebés recién nacidos son arrojados a la inmundicia y donde los muertos en la calle son recogidos por los carros de basura, hiere los ojos de Teresa. Pasa los años, uno tras otro, como buena profesora querida de sus alumnas.
El 10 de septiembre de 1946 es una fecha crucial en su vida. Viaja en tren de Calcuta a Darjeeling, donde pasó su noviciado, para hacer, como todos los años, unos días de ejercicios espirituales. Es de noche cuando, en medio del traqueteo del tren, sumida en oración, recibe lo que ella ha calificado como la «llamada dentro de la llamada». «El mensaje era muy claro —cuenta ella—: debía dejar el convento de Loreto y entregarme al servicio de los pobres, viviendo entre ellos». Convencida de que esa voz interior venía de lo alto, intuía también que su cumplimiento suponía salvar serios obstáculos.
Y Teresa inicia su labor en el mundo más pobre de Calcuta. Comienza con unos niños a los que tiene que enseñar a lavarse y a comportarse civilizadamente antes de pretender enseñarles las primeras letras. La primera pizarra será el suelo; la escuela, el aire libre. Logró pronto una escuelita, que se fue ampliando. Y comienza el milagro de borrar en aquella gente indigente y desgraciada la desconfianza que en un principio suscitaba una monja blanca. Continuó con los moribundos de la calle… Pronto se le unieron algunas de sus alumnas. Querían seguir a su maestra, seguir a Jesús en la labor caritativa a los pobres. Y surgió así, rápidamente, el grano de mostaza de las Misioneras de la Caridad.
En 1952 se abrió la primera Casa de Los Moribundos Indigentes, a pocos metros de un templo de Kali, diosa hindú de la muerte, y en 1955 la Casa del Niño Abandonado. En 1957 se dedicó también al cuidado de los leprosos. A principios de los años sesenta, fueron enviadas hermanas a otras partes de la India. Poco después, tras el decreto de alabanza concedido por Roma en 1965, las Misioneras de la Caridad se abrieron al amplio mundo: Venezuela, Roma, Tanzania… Hoy se hallan presentes en los cinco continentes, incluida China, Cuba y Rusia. Si vale una definición de sí misma, Madre Teresa se confesó así: «De sangre soy albanesa. De ciudadanía, india. En lo referente a la fe, soy una monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús».