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Columnas / LA TRIBU

Vamos a Belén

Una noche que buscaba algo agradable en la tele, volvió a aparecer Belén, con menos gritos y más lágrimas, y me dio pena y me quedé

Día 12/10/2010 - 08.18h
Sí, ya sé que faltan más de dos meses para que, a principios de diciembre, empecemos a cantar villancicos camino de Belén, a Belén, pastores. Pero no invito a ir a la Belén bíblica sino a la Belén que va camino de convertirse en algo tan universal, pongamos que hablo de Belén Esteban. Así que vamos a Belén, pastores y no pastores, todos. Que Belén significa «Casa del pan» se demuestra, más que en ningún sitio, en Belén Esteban, quien hoy por un grito, mañana por un juramento, pasado mañana por unas lágrimas y diez días más tarde por una pena de amores de un Fran que lo fue todo para ella y después se fue con otra, ay, los celos, pues la muchacha sabe cómo llevar el pan a su casa todos los días, y no pan seco, no, que con lo que Belén gana, hay para echarle al pan lo que se le antoje, desde jamón a caviar.
Pero vamos a Belén, pastores y no pastores. A Belén Esteban —hablo de la segunda, por establecer un orden de aparición, la que vino después de la de la cara lavada y recién peiná que vimos con Jesulín— la conocía de oídas y de haberla visto alguna vez, aunque fuera de refilón —tampoco estaba uno por la labor de quedarse allí, escuchándola, para tratar de entender a Aristóteles—, en el revuelto gallinero de algún programa de los que llaman telebasura, a veces con cierta elevación del rango. Y confieso que era verla y cambiar de cadena, quizá porque peor que la ordinariez, soporto las voces y los chillidos, y Belén, siempre que la vi, parecía estar ensayando la parte pendenciera de una canción mal aprendida o imitando a alguien a quien están extirpándole, a dolor, sin anestesia ni ná, las amígdalas. Una vez soñé con ella y en el sueño me peleé con tres novias y le juré a alguien que mataba por no sé quién. Así que, repito, si la veía, cambiaba de cadena y me quedaba entre frases de políticos o análisis de las frases de los políticos. Hasta que observé que, aunque me acostaba sin cenar más que las últimas frases de la política, tenía muchas pesadillas, y me levantaba desanimado, pesimista, con dolor de cabeza, sin ganas de echar a andar por el día. Y analicé lo que hacía antes de acostarme. Y me salieron los políticos. Así que una noche que buscaba algo agradable en la tele, volvió a aparecer Belén, con menos gritos y más lágrimas, refunfuñona y con perfil primohermano de anemia de vieja estampa del Domund, y me dio pena y me quedé. Esa noche soñé que era misionero entregado a los demás, y amanecí loco por un café, con ganas de trabajar y tarareando una canción feliz. Desde entonces voy a Belén.
barbeito@abc.es
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