Columnas

Columnas / la alberca

Decadencia con faltas de ortografía

A lo mejor la Academia, que es la Fiscalía de la lengua, intenta tapar las vergüenzas del sistema educativo

Día 07/11/2010 - 23.47h
Desde las eneas del Teatro Lope de Vega, el indómito y misterioso cantaor Alonso Núñez, Rancapino, pidió una de sus noches grandes cincel y mármol para una frase que ha pasado a la historia del flamenco: «Yo hago el cante con faltas de ortografía». Algunos, que además atribuyen este verso a Agujetas, entendieron aquello como una reivindicación del salvajismo para explicar ese trasfondo atávico que los románticos ansiosos de exotismo le arrogan al arte jondo. Pero en el postulado del chiclanero había un pretexto estético muy superior. Lo que Rancapino quería exponer era algo que no parecía casar con su palabra torpe y su voz yerma. Ese gitano recortado, de rostro complejo y oliváceo, de ojos perdidos tras sus ínfimos párpados, encontró esa noche el vínculo directo entre el flamenco y Juan Ramón Jiménez. Clamó por sus raíces y también por sus alas. El cante con faltas de ortografía no era más que un canto a la libertad creativa siempre que llamemos a las cosas por su nombre. Era una vuelta de tuerca más a su inmenso conocimiento de la palabra flamenco. El eterno retorno. Haber ido tan lejos para volver al principio. La «intelijencia» juanramoniana.
Los progres del cante, en cambio, entendieron aquello como una agresión a la dignidad del flamenco. Y creyendo que estaban liderando una defensa a ultranza del género como expresión culta, descubrieron que la frase había calado tan hondamente en las conciencias de los artistas que incluso pasaron a pensar que el flamenco era una cosa populachera sin mayor trascendencia. Pero muchos años después de la frase de Rancapino ha venido la Academia a darle la razón. La lengua vive, como el flamenco, y, por tanto, evoluciona. Sin embargo, el cantaor de Chiclana sigue venciendo a los académicos en un detalle crucial. Él habló de sí mismo. No impuso la falta de ortografía como norma. Sólo la propuso. Decidió cometerla adrede porque su voz, que es un hermoso suplicio, no tenía recursos para poner todas las tildes. Él lo hizo con una intención artística. Y la Academia lo impone a partir de ahora como una regla inquebrantable, no como una elección de estilo. Truhán está mal escrito. El sólo adverbial, el que de toda la vida llevaba la tilde diacrítica cuando se podía sustituir por solamente, también tiene una falta. Quienes sabíamos escribirlo nos quedaremos solos —adjetivo— como la una. Ganan los que no sabían. Porque a partir de ahora la tendencia es facilitar la escritura a quienes no han tenido capacidad para conocerla por derecho. Tal vez porque la Academia, que en esto actúa como la Fiscalía de la lengua, intenta tapar las vergüenzas de un sistema educativo que no tiene formación ni para presumir, como Rancapino, de que comete faltas de ortografía porque le da la gana.
Intelijencia, con jota, dame el nombre exacto de las cosas: eso se llama decadencia.
Búsquedas relacionadas
  • Compartir
  • mas
  • Imprimir
publicidad
Lo ?ltimo...

Copyright © ABC Periódico Electrónico S.L.U.