Todo salió mal en Abu Dhabi para Fernando Alonso, que no pudo coronarse por tercera vez. Lo hizo Sebastián Vettel, desde este instante el campeón del mundo más joven de la historia de la Fórmula 1. Alonso lo tenía ahí, a punto de caramelo y se suicidó deportivamente en Yas Marina. Una mala salida y, sobre todo, una mala estrategia de su equipo al parar en el garaje en el marcaje a Mark Webber lo condenaron al subcampeonato más amargo que se recuerda. Acabó séptimo.
Decepción total en el desierto.
La tarde comenzó a envenenarse desde el minuto uno. Alonso salió mal, cauteloso en la puesta en marcha desde la tercera plaza. Fue rebasado por Jenson Button y desde la cuarta posición quedó colgado del alambre frente a Sebastián Vettel. El alemán de Red Bull fue el enemigo desde el primer instante puesto que Webber, quinto, necesitaba un milagro para ganar el título.
Entró el coche de seguridad por el accidente entre Schumacher y Liuzzi, y todo lo que vino a continuación fue una carrera de obstáculos para el asturiano. Paró Webber en la vuelta 11 y fue incomprensible, salvo que tuviera los neumáticos destrozados, que Alonso se detuviese cinco giros más adelante. La estrategia no se entendió porque el australiano era menos rival entonces, alejado de la cabeza, y el enemigo se llamaba Vettel.
Sucedió que después cambiar las ruedas, Alonso salió en la panza del pelotón, con mucha gente por delante que se ya había parado con la entrada del coche de seguridad. Fue su Everest. Se reintegró duodécimo, con tantos pilotos por delante que aquello era una caza desesperada. Y más cuando se tiró media carrera detrás del ruso Petrov sin poder rebasarle.
Un mundo entre Alonso y el título porque Vettel exprimió el Red Bull sin ningún problema y nadie discutió su victoria. Ni órdenes de equipo ni nada. La jugada era perfecta por parte de Red Bull. Sacrificó a Webber y lanzó a Vettel. Y Ferrari picó el anzuelo.
Cuando el escalafón se reordenó después de las paradas (vuelta 48, a siete del final), Alonso tenía un infierno ante el volante. Debía superar a Rosberg, Kubica y Petrov para ser campeón. Misión casi imposible, a pesar de que por la radio de Ferrari se escuchó la desesperación: "Usa lo mejor de tu talento", le dijeron. No pudo. Y se quedó con el título a la vista.