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Columnas / la tribu

La copla bebida

Él es un anónimo ciudadano que lleva por las calles, de bar en bar, su vida de solitario en compañía

Día 15/12/2010 - 22.51h
Por la ciudad, el frío ensaya el invierno en las esquinas y amaga con nudo de hielo en los cuellos desnudos. Ya se nos ha metido dentro el frío, sin verlo venir, porque nos pillara todavía vestidos de otoño indeciso o porque nos haya abierto de un tajo la chaqueta con la habilidad de un viejo carterista. Cobran sentido los escaparates falsamente nevados, y las luces que se posan en los árboles como un enjambre de celeste azahar incandescente, saben ahora a Navidad. Tanto como los letreros propios de la fecha, tanto como las figuras que comparten escenario en los expositores con cafeteras y exprimidores, como si Dios hubiera nacido, más que en un Portal de Belén, en una tienda de electrodomésticos. Aquello de Santa Teresa cobra sentido en estos escaparates: Dios anda entre ollas exprés y batidoras.
Él es un anónimo ciudadano que lleva por las calles, de bar en bar, su vida de solitario en compañía. Creo que ni el frío siente, aunque se le pose en los hombros como una paloma desplumada. Lleva por dentro una estación única, suya, en la que lo mismo brillan soles de cordura que nieblas de enajenación, o retazos de versos imposibles y huérfanos de preceptiva. Amable como un sol de enero, el hombre anda el vía crucis de su querencia de mostradores —¿quinta estación, sexta?—, y sobre ellos, siempre con un vaso de vino cerca, el hombre escribe en las servilletas algo que quisiera ser copla o letra de romance, y sólo consigue una aproximación jeroglífica que ni él mismo sabría descifrar. Es como si, al escribir, bebiera sorbos de tinta y escribiera con vino de quinta ronda.
Tiene empaque, buena planta, y en su mirada, un medio apagado brillo de cuarentón seductor. No, no es un pedigüeño, ni un borracho desnivelado: no pide, ofrece; no se le traba la lengua, se le enlentece cuando va a decir algo, y el rescoldo artista de unos carbones que nunca llegaron a arderle, devuelven chispas si las sopla con el viento de la memoria. Y ahora una soleá que él llama de Triana, ahora un fandango que su memoria cambia de provincia, después con lo que jura que es una letra flamenca y suya, el hombre, que no dice cómo se llama, nos deja una sonrisa inocente como el canto de un ruiseñor indefenso, y se va a la otra esquina del mostrador, a acercarse a otras personas, tan educadamente, y allí desgranará, si lo dejan, su copla bebida o su verso imposible. En la calle, cuando el frío me pone sus camisas sin quitarme la mía, pienso que un personaje así de humano me gustaría tener entre las vivas figuras de un Nacimiento de Nochebuena.
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