SPAL es el nombre fenicio de Sevilla. Ni Tartessos, ni Hércules ni nada; quienes fundaron Sevilla —así, colectivamente, como una sociedad mercantil— fueron los fenicios, los actuales libaneses, después de colonizar las riberas del Mediterráneo. Ya puestos, siguieron a partir de Santi Petri para acá, hasta llegar a las cuatro esquinas de San José de la desembocadura del Guadalquivir en el lago Langostino cuando la marea estaba baja y decidieron, como Colón en las Indias, que aquello era el Paraíso. De modo que colocaron a un lado la ciudad de los hombres y al otro la de Baal y Astarté, y no me tiren ustedes de la lengua pensando en palios y canastillas. Entonces, un fenicio llamado Ariza dijo: «Ahí queó». Y cultivaron la tierra de María Santísima, haciendo lo que no habían podido hacer a lo largo de su interminable cabotaje por las costas del Mare Nostrum. Hartos de estar hartos de comerciar, que era para lo único que al parecer servían, aquí descubrieron otras cosas en las que estrenarse. Entre ellas, la libertad de movimientos o de circulación en tierra firme. Usaron los barcos para cruzar el río hasta el Carambolo, rezar allí, matar un toro, y volver. Como han hecho otros en el promontorio del Baratillo hasta nuestros días. Y dedicaron su tiempo y sus riquezas a esperar que rompiera la flor del naranjo.
Pero la suya no fue una delectación estática. Se movían. Un fenicio no nace para estarse quieto. Entraban y salían del núcleo urbano que ellos habían transformado a partir de los cuatro palafitos que se encontraron al llegar. Habían fecundado su puerto y con lo que obtenían de él fructificaba la ciudad. Todo a partir de la libertad. Spal le pusieron de nombre, y de él vino Hispalis, y de él Ixbilia, y de él Sevilla.
Después, la ciudad se amuralló (Julio César tuvo la culpa), y en vano fue el intento de los librecambistas decimonónicos de borrar para siempre la cerca. Emparedados entre los hogares, los lienzos de tapial subsisten. Y ahora que la han tomado los tártaros y los cosacos, Sevilla es menos fenicia que nunca, más encorsetada, una especie de Stalingrado dominada por las fuerzas del sovietismo. Nos ha tocado cerrar el ciclo que abrieron los fenicios y asistir al sitio de Spalingrado. Qué se le va a hacer.