Leña al mono… del tabaco. Vamos a terminar de una puñetera vez con los malos humos. Me parece muy bien que no se pueda fumar en bares y restaurantes, ni siquiera en cuartitos de viciosos apartados para el fumeque. Me parece muy bien que no se pueda fumar ni en los hospitales ni alrededores, aunque a veces ibas a la consulta de un hospital donde los familiares hacían grupos fumando a la puerta, y resultaba que el que estaba fumando, dentro de la consulta, era el médico, sin cortarse un pelo.
Nada de fumar allí donde el humo del tabaco puede perjudicar la salud de quienes han elegido, en buena hora, no fumar. Guerra al tabaco. Ni siquiera se podrá fumar en la azotea de los autobuses turísticos. Muy bien, aunque mi amigo diga que vaya cabronada el que no te dejen fumar ni en los estancos, «algo así —dice él— como si en las bodegas te permitieran comprar vino pero no beberlo». Pues a pesar de todo, me parece muy bien que se acabe el «fumando espero» de tantas personas, allí donde el humo es molesto, deja mal olor en todo y además es perjudicial. Me parece de lujo la medida. «Toíto es hasta acostumbrarse». Nadie se ha muerto porque quitaran «el vagón de la niebla» del AVE, el coche número 5, que pasar respirando desde el coche 6 a la cafetería, que está en el 4, era fumarse tres paquetes de tabaco en diez o doce pasos.
Lo que pasa es que no hay alegrías completas. Ni completas soluciones, a veces. Porque los mismos derechos que tienen los que no fuman ni quieren nada con el tabaco, tienen quienes ni hacen ruido ni tienen por qué aguantarlo, cuando el ruido es por capricho o por ganas de dar por saco.
Sin salir de humos, hablemos del derecho que tenemos las personas a no aguantar el mamoneo de los petarditos, a todas horas, porque es Navidad. Pero ahí no va a entrar nadie. Podrán cerrar un bar donde se fume, pero no un quiosco donde vendan cualquier clase de petardo a cualquiera, ni le dirán ni pío al niñato que se pase quince días sembrando la calle, a cualquier hora, de truenos que rompen la paz, el sueño y la paciencia. Ni se meterán con los cohetes, aunque usted esté hasta el gorro de aguantar cohetes por todo y a cualquier hora, sean las seis de la mañana, las cuatro de la tarde o la una de la noche, ya sea por una hermandad del Rocío, el anuncio de la llegada de una música en unas fiestas locales, las doce de la noche de la víspera de no sé qué, o una boda o un cumpleaños. Y los escapes libres de algunas motos, y los claxonazos… En eso, todo lo que digan, aunque no fumen, es de boquilla.