EL voto de Angela Merkel tiende a bajar. La canciller ha de hacer frente a siete elecciones en 2011, cuatro de ellas en el primer trimestre: Hamburgo, Renania-Palatinado, Sajonia-Anhalt y Baden-Württemberg, la más difícil ésta última, que de perderse costaría siete escaños más en el Bundesrat, donde la democracia cristiana acaba de perder la mayoría.
Es seguro que Merkel y los responsables de la CDU se harán esta pregunta: ¿De qué demonios vale ganar una gran aureola europea si perdemos el poder? La primera obligación de un gobernante democrático es mantenerse en el poder o conseguir llegar a él. No es la única ni la principal, pero sí la primera en el tiempo. La política europea de Merkel está marcada por esa exigencia interior: aguantar en esas cuatro elecciones, de aquí al 27 de marzo. Por eso carece de sentido esa trivial objeción: usted lo que quiere es el poder. ¿Y qué puede hacerse sin él?
Claro que una vez contestada la pregunta, entonces y solo entonces empieza la política de verdad. Hoy la coalición del centro democristiano y la derecha liberal es cada vez más frágil. El aliado menor, los liberales de Guido Westerwelle, ha reducido su voto casi en un tercio: rozaron el 15 por cien en la elección general de 2009 y ahora las encuestas les dan en torno a un cinco (es necesario un cinco por cien para estar representado en el Bundestag). Por culpa de la crisis, pero no solo, la derecha liberal ha tenido que incumplir la mayor parte de su programa. La CDU tendría que buscar nuevos socios, fueran Los Verdes o el SPD en otra gran coalición. A más de dos años de las elecciones generales, Merkel necesita parar su retroceso en las encuestas. Alemania es uno de los electorados más maduros del mundo: pero no olvida, no podrá olvidar en este siglo, o eso cree el antiguo canciller Helmut Schmidt, el horror del siglo anterior.
La economía alemana es hoy la primera de las grandes economías de Europa, con un 3,6 de crecimiento anual en 2010 y un desempleo del 7 por cien. Pero la inquietud de los votantes reaparece una y otra vez ante la necesidad de una Alemania más europea. Merkel tiene la mirada fija en su electorado alemán: pero contra lo que afirman algunos zelotes del templo, no ha abandonado a Europa. La canciller ha apoyado la puesta en marcha del Mecanismo Europeo de Estabilización, 750.000 millones de euros, y ha firmado, con Francia, la creación del Fondo de Rescate permanente. Joaquín Tamames, buen economista, recuerda la oposición de varios gobiernos al bono europeo, que forzaría a los países bien gestionados a hacer frente al derroche de países mal gestionados. Otros economistas alemanes abogan por un Tesoro Único y una Caja Única europea, garantes de la estabilidad. Es probable que, en vez de romperse, Europa busque una mayor unidad en la ortodoxia fiscal, en paralelo con el proyecto político y de defensa. Hoy esto es soñar, sí, pero de nuevo tiene razón otro alemán, Nietzsche, los verdaderos mitos existen para hacerse realidad.
Entre tanto, el amor funciona. En agosto, un duro del centro izquierda, Frank-Walter Steinmeier, 54 años, líder del SPD, donaba un riñón a su mujer, Elke Bündenbender, 48 años, enferma. Antes de dos meses, con naturalidad, ha vuelto a dirigir su partido.


