Otra reforma de calado, la de las pensiones, parece condenada a aprobarse por las bravas, sin acuerdo entre las grandes fuerzas políticas, hecha a trompicones, y empujados por urgencias y presiones externas. Y ese es el peor camino posible. Las culpas, de todos. En primer lugar, y con mayor responsabilidad, del Gobierno, incapaz un vez más de buscar y lograr consensos; y de la oposición, que también aquí busca réditos electorales; y de los agentes sociales, en especial los sindicatos, esquivos ante cualquier reforma.
Parece claro que hay que hacer una reforma de calado en las pensiones. Y que hay amplio consenso político en algunas medidas: adecuar lo máximo posible la pensión a lo cotizado: años y base de cotización, ampliando los años computados para el cálculo de la pensión de jubilación; y en corregir aspectos de algunas otras: viudedad, orfandad, mínimas...Y aunque en el fondo haya también amplia coincidencia, hay más matices a la hora de alargar la edad, la real y la legal, de jubilación. Se habla de gradualidad y flexibilidad en su aplicación; de excepciones-largos periodos de cotización, trabajos penosos...; de eliminar tanta prejubilación... En todo caso, convendría no romper el Pacto de Toledo, y no hacer otra reforma por las bravas y sin consenso.


