Un pacto por hacer

El pacto de competitividad servido por Angela Merkel y Nicolás Sarkozy todavía no es un pacto o si lo prefieren, es un pacto poco hecho. Las ideas que plantean ambos líderes (reforma de pensiones y laboral, límites al endeudamiento, etc) pueden contribuir a remontar la crisis del euro y a que los europeos del sur compitamos algo mejor en la exigente globalización económica. Pero para saber si tiene futuro este pacto, hay preguntarse primero por su método de puesta en práctica. En principio, trata de prescindir de la lógica comunitaria, es decir, evitar la iniciativa de la Comisión, las enmiendas del Parlamento Europeo y la garantía del Derecho de la Unión. Se trataría de un regreso al modelo de la frustrada Agenda de Lisboa lanzada en 2000, que en el fondo confió las reformas económicas a la buena voluntad de los Estados miembros. Paris y Berlín, además, han enfadado a muchos socios con este dictado sin consultas previas, con la clara excepción de España. Nuestro desfondado gobierno está convencido de que lo mejor que le puede pasar es que nos gobiernen otros, si es posible desde fuera y cuanto más, mejor. Sarkozy y Merkel, no obstante, saben que sin involucrar a fondo a las instituciones europeas no es nada sencillo avanzar. Pero un francés siempre sueña con que la Europa de las patrias marque el paso y los teutones, por orden de su tribunal constitucional, no quieren ampliar las competencias de la Unión. Además, Sarkozy prefiere tomar medidas limitadas a la eurozona y Merkel entre los 27 socios. Por eso no es de extrañar que el presidente del Consejo Europeo haya explicado en el Parlamento que el pacto ni siquiera es un «non paper», es decir, que por ahora estamos ante una entelequia o una intuición casi inefable, como las estampas poéticas del paisaje japonés que tanto gustan a Van Rompuy.