El mundo está lleno de personas que solo hacen correr en esta vida, de tal forma que pueden parecer pilotos de una devaluada fórmula —se sientan sobre viejos, caducos y escacharrados coches— en espera de triunfos que le coronen las sienes con relucientes laureles. Intranquilidad y apresuramiento, nerviosera, éstos son los adobos a los que estamos acostumbrados en los guisos que nos depara la existencia.
Sin embargo, la experiencia enseña que las cosas han de tener su ritmo y éste necesita compás y pausa. Los movimientos alocados suelen terminar en accidente y no está el hoyo para semejantes bollos y menos aún como contemplamos la vida en estos tiempos. Ni el cuerpo físico ni aquéllo que compone nuestro psiquismo se desenvuelven bien en plan barullo. Cada cosa requiere su preparación, su cochura necesaria. Pero soberbia y ambición lo quieren todo y enseguida siendo éstas, pautas nefastas para el individuo en todas las facetas de su vida.
El ser humano ha de tener paciencia; solo en ella se encuentra la razón madura. Antes de hacer es necesario pensar para que la actuación madure en consonancia con los sentimientos previos. Esta es la única postura, por sabia, lógica en quien ha de desenvolverse en estilo claro y por camino limpio. Y solo la Humildad lo proporciona. Esto lo enseña el Señor sentado en piedra, mientras espera su sino y su destino.
