La presión de los mercados sobre las sociedades cotizadas disparó las alarmas en el sector financiero hace ahora un año y la gran banca convenció al Gobierno para buscar un chivo expiatorio en las cajas de ahorros. Las entidades agrupadas en la CECA sucumbieron al jolgorio del ladrillo durante los años de la abundancia y la crisis les pilló luego con el pie cambiado y los balances quebradizos. El resto de la historia es ya conocida, con tres terremotos regulatorios en algo más de nueve meses, como han sido las reconversiones impulsadas a partir del FROB, la nueva ley de Órganos Rectores y el más reciente decreto de Reforzamiento Financiero.
Pero ahora lo que importa es el futuro de un sector básico para la salida de la crisis y cuya reestructuración se ha cerrado en falso. Como botón de muestra ahí está el caso de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) que el Gobierno quiere endosar a alguno de esos apuestos bancos que tanto insistieron en el ajuste de sus competidores domésticos y que ahora no dudan en proyectar su imagen de marca para mejorar la cuota de mercado recogiendo las miserias de sus rivales.
El Banco Base, así llamado por ser el pionero en el modelo de fusión y transformación de las cajas de ahorros, se ha derrumbado al primer suspiro. Todo un varapalo para el Banco de España que ha corrido a buscar la colaboración de los líderes del sector para que arrimen el hombro y busquen nuevas soluciones con el mismo ánimo que plantearon sus viejos problemas corporativos.
Se busca novio a la fuerza para la CAM o habrá que acudir a una intervención estatal más traumática si cabe para todo el sistema, con unos test de estrés a la vuelta de la esquina y una economía sobreviviendo con respiración asistida. Los bancos van a necesitar algo más que un buen lobby para mantener el cortafuego de las cajas. En su pecado llevan la penitencia.


