En casa hubo gritos. Infantiles e indignados. Es lo que tiene quitar Dora la Exploradora para conectar con un Comité Federal del PSOE. Cómo explicar que estamos ante una jornada histórica. Dos añitos y medio de vida dan lo que dan. Aunque terminan por comprender la trascendencia del momento.
Para Carmen, dos añitos y medio, Zapatero no será ni un recuerdo. Por lo que se ve, los socialistas, algo desnortados últimamente pero siempre hábiles en la comunicación, pretenden lo mismo. La cría ya juega en su cuarto mientras los mensajes se redireccionan hacia el enemigo. «Ahora Rajoy es lo viejo». El aplauso, ante el anuncio de la marcha, ha sido tenue. Las laudatio posteriores suenan al entierro de aquel familiar lejano que nunca terminaba de morirse y por fin la espichó. Llantos, los justos. Cuánto bueno hizo. Qué gran tipo. Se retira sin haber perdido nunca unas elecciones. Olvidan siempre citar cómo y por qué ganó las primeras.
Pero ya. A otra cosa mariposa. Zapatero empieza a ser historia. Con minúscula. De ahí que de lo que se trata, ahora, es de intentar que todos tengamos tan flaca memoria como la de una niña de dos añitos y medio. Como si nada hubiese pasado. La pelota, dicen, está ahora en el tejado del PP y en las barbas canas de Rajoy. Y es cierto que el escenario electoral cambia. Que se añaden vectores de posible movilización para una izquierda hastiada. Asqueada.
Por eso, a Zapatero lo tratarán de amortizar pronto. Pero resulta pueril pensar que por un cambio de cartel electoral, por el advenimiento de una «renovación» vía Rubalcaba, Chacón o algún otro, la ciudadanía haga tabla rasa. Y olvide, sin más, el legado del irredento optimista cuya hégira ha contribuido de manera determinante a situarnos donde estamos. El postzapaterismo ha empezado. Pero esta zapatiesta aún tiene trazos de que será juzgada.