...Y cuando digo sin Farias, digo también menos gordos, que no es el tamaño el caso: ni Chesterfield, ni Marlboro, ni Winston, ni Philip Morris, ni una calaílla a un porro, ni un liaíllo siquiera, ni cachimba, aunque es impropio ver sin cachimba a quien sabe que fuma en pipa, el buen mozo. La Feria se nos ha puesto flamenca, así, por de pronto, pero no flamenca buena de las que forman un corro y bailan las veintisiete y las ciento veintiocho. No de esas de las que dicen «vamos a bailar, Manolo»; no de las que entre lunares granas vuelven a uno loco, y si amén de esos lunares del vestido lucen otros, lunares de nacimiento por el cuello o por los hombros, la flamenca es la locura si es hermosa de alboroto y sabe mover el cuerpo con gracia y exactos modos. No, no digo esa flamenca, que esa sí que es de nosotros. Digo que la Feria se ha puesto flamenca en lo otro, en el vicio del tabaco, y eso no es de pavo moco. Como lo vean a usted echando humo allí al fondo de una caseta cualquiera, tenga cuidado, que hay ojos que vigilan humaredas que salgan bajo los toldos, y como el tipo se oriente y sepa dónde está el foco, ya le puede usted decir que son las papas con choco que están recién apartadas y queman como demonios; ya le puede usted decir que es el caldito dichoso que está hirviendo todavía y es el vapor, no un Marlboro, que el caldito le ha quemado la lengua, el paladar todo, y le ha quemado el gañote con apenas medio sorbo... De nada le va a servir jurar en chino y en moro argumentando que no era un rubio o un Celtas corto.
Pero uno que yo me sé, un prenda que yo conozco, tiene pensada la trampa para fumar sin estorbos. Por si viene a su caseta un lechuzo, dice el mozo que llevará siempre encima un cigarrillo electrónico de esos que admiten calada y sueltan humillo y todo, y soltará los vapores de su disfrute, y el otro verá que nada hay que hacer ante un fumar vaporoso. Pero en el otro bolsillo, bien guardadito en el fondo, llevará un par de paquetes de tabaco, y a lo tonto, entre el vapor reseñado del cigarrillo electrónico, colará un par de caladas —¡por fin!— del Winston glorioso. Y es cosa de darle coba al inspector, poco a poco; y cuatro de rebujitos, tres Cruzcampo y, en un bollo, un cuarto de mortadela —nunca cigalas de tronco; si quiere troncos el menda, que se asome a ver los potros—, comentarios de Bin Laden y comentarios de toros, el inspector, medio pedo, seguro que se hace el loco y con seis copas encima se arranca y le dice al otro: «¡Vamos a echá un cigarrito, que estamos en Feria, coño!»
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La tribu | El blog de Antonio García Barbeito en ABC de Sevilla


