LA indecisión lo acompaña a todas partes. Tan indeciso, que una vez un amigo le escribió una letra de soleá para que la hiciera suya, su lema: «Calle de la Indecisión / es por la que yo camino / del brazo de un sí y de un no». No se aclara. Su mujer se ha presentado en la casa con veinte programas, para que escoja, aunque no escoja el que ella quisiera, que ella ya tiene clara su decisión. Ella se lo dijo: «Yo creo que éste es el que más nos conviene». Y él, tras leer todos los programas de mano, y tras comparar todas las frases, y de ver fotografías, sigue sin decidirse. Y en la indecisión sigue, digamos que la habita permanentemente. No es que no lo tenga claro, es que empieza a calcular lo negativo y eso lo desanima. Sus hijos también le han traído programas, iguales y aun distintos a los que le trajo su mujer, y tratan de animarlo para que se decida por uno, antes que hacer lo de otras veces: quedarse en blanco y no moverse de su casa. A él no le da miedo aventurarse, ni hacerse a
nuevos nombres, a una vida que quizá sea distinta, pero no lo hace, y las veces que lo ha hecho, que son contadas, le costó un mundo, aunque al final se alegrara.
D Se viene encima el tiempo, y sigue dándole vueltas al asunto. Cuando está solo en su casa, coge los programas, los vuelve a leer, vuelve a encantarse con unos, a desencantarse con otros, a animarse con algunas propuestas de unos, a desanimarse con lo que le proponen en otros… Y sigue indeciso. Cuando parece que tiene claro por cuál va a decidirse, siempre hay algo que lo frena. Su mujer dice que el freno lo pone él, que no hace falta que nada ni nadie lo frene. Cuando está con los amigos y el asunto sale en la conversación, y le preguntan —porque lo conocen bien— que si ya lo tiene claro, él responde que anda ahí dándole vueltas, a ver si dentro de unos días se decide. Pero los días pasan, y las ofertas —no será por falta de ofertas— se multiplican, todas prometiendo el paraíso, todas prometiendo lo mejor para cualquiera, y todas las caras sonrientes, aparentemente felices… Pero él sigue en su calle de la Indecisión. Algunos amigos, los más íntimos, le han aconsejado, tratan de
orientarlo, según su forma de ser, pero él se resiste sin nada claro, aunque sin despreciar nada de cuanto le ofrecen. Dice que no se fía de las apariencias, que una cosa es lo que prometen y otra lo que te encontrarás. Y así, siempre que su familia trata de organizar con tiempo las vacaciones. Y este año, además, con un añadido: tiene que votar. Y, claro, no tiene claro a quién.