Seguro que al leer el título de este artículo más de un concejal, candidato, asesor, correveidile, cogecosas o «agradaor» en plantilla habrá pensado en alguna delicatesen de la cocina francesa presta para ser paladeada en una comida de mangazo.
-Ponga usted unas pinceladas de ballotage al centro…
Al lado del ballotage servido en una bandeja cuadrada, el correspondiente pan tostado para que los adictos al gañoteo gastronómico practiquen ese verbo que tanto se lleva en la actividad política: untar. Un poquito de ballotage acompañado por un buen Marqués de Válvula, cosecha del 95 con premio incorporado, y a comer, que son cuatro años.
Pues lo sentimos mucho, pero el ballotage, que la RAE admitió con la grafía balotaje, no es ningún manjar de diseño, sino algo mucho más sencillo. El ballotage o balotaje consiste en la convocatoria de una segunda vuelta electoral cuando ningún candidato haya alcanzado la mayoría absoluta en las urnas. Así se simple. Esta práctica, que es habitual en la Francia republicana, podría servir en esta Sevilla abonada a los pactos postelectorales para cortar de raíz tanto pasteleo en las trastiendas del poder. Unas trastiendas, por cierto, donde no falta de ná, como en las sevillanas de Cantores de Híspalis. Unas trastiendas que no son como las de esas casetas donde los camareros se morían de aburrimiento en una Feria tiesa y canina como no se recuerda en los años que llevamos de siglo.
Un buen ballotage acabaría con ese trapicheo en que se convierte la política cuando la virtud del acuerdo degenera, cual banderillero belmontiano, en el reparto de sillones y prebendas. Y de camino disfrutaríamos de este florido mayo, que diría Alfonso Grosso, donde las jacarandas en flor revisten la intimidad de estas tardes diseñadas para la contemplación de la belleza y no para el análisis de unas declaraciones que van desde ningún sitio a ninguna parte. Zoido pide un pacto de caballeros ante notario para asegurarse la Alcaldía si no llega al concejal número diecisiete, Espadas le dice que nanai y Torrijos se mesa las barbas ante el escándalo democrático que supone el hecho transversalizado de que gobierne la candidatura con más infraestructuras para la sostenibilidad electoral, vulgo votos.
Ante semejante panorama, el ballotage. Una segunda vuelta donde se presenten los dos primeros. Un mano a mano entre Zoido y Espadas. Sin banderilleros ni sobresalientes. Un duelo al sol. Y quien gane, que gobierne cuatro años. Así nos ahorraríamos estos debates estériles que nos llevan directamente a la melancolía. El trío de los candidatos se ha metido en el berenjenal de la metapolítica para ahondar el foso que separa a los políticos profesionales de la sociedad. Va siendo hora de reformar el tinglado. Listas abiertas y una pinceladas de ballotage, por favor. Si no, esto se muere de muermo.