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Íñigo de Oriol: «Me voy tranquilo»

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«Y con estas palabras, en esta hora triste y conmovedora de su fallecimiento, quiero despedir a Íñigo de Oriol. De él puede destacarse una biografía apretada de actividades y repleta de méritos, pero quizá sea más importante en estos tiempos que corren destacar su enorme dimensión humana»

Día 08/10/2011

«A fin de cuentas, cuando un hombre ha logrado alcanzar sus objetivos y cumplir sus nobles aspiraciones, no puede haber canción más dulce para sus oídos que la del “nuc dimitis”, es decir: me voy tranquilo». Estas fueron las palabras, tomadas de sir Francis Bacon, con las que Íñigo de Oriol Ybarra concluyó su discurso en la Junta General de Accionistas de Iberdrola en 2006 ante la que resignó su cargo de presidente de la compañía, entregando un legado y un compromiso empresarial que me ha tocado gestionar siempre con la referencia de su estilo. Y con estas palabras, en esta hora triste y conmovedora de su fallecimiento, quiero despedir a Íñigo de Oriol. De él puede destacarse una biografía apretada de actividades y repleta de méritos, pero quizá sea más importante en estos tiempos que corren destacar su enorme dimensión humana.

«Una empresa —decía en el discurso citado— se hace con muchas voluntades, se alimenta de muchas inteligencias y se proyecta en el tiempo, en algunos casos, más allá de varias generaciones. Ese es el caso de Iberdrola, que acaba de traspasar los cien años de vida. Y como todos la vamos construyendo día a día con nuestro esfuerzo, con nuestro trabajo y, por qué no decirlo, con nuestro cariño, en algún momento podemos pensar que nuestra vida y nuestro futuro son también la empresa. Sabemos que no es así, pero no podemos dejar de sentir, inconscientemente, esa estrecha relación personal que llega a formar parte de nuestras vivencias, nuestras tribulaciones, nuestros sentimientos y nuestros sueños. En cierto modo le pertenecemos moralmente como ella nos acaba perteneciendo a nosotros». Estas expresiones del que fuera presidente de Iberdrola vertebran el espíritu de la compañía, que, efectivamente, trasciende, en buena medida gracias a su intensa labor empresarial y humanista, al concepto de mero negocio, para convertirse en una comunidad de propósitos varios al servicio de la sociedad.

Íñigo de Oriol fue en su dilatada vida un hombre de profundas lealtades. Por eso, en aquel emotivo acto en el que me invitó a seguir la senda del éxito de la Iberdrola que él logró formar en 1992 como resultado de la fusión de Hidroeléctrica Española e Iberduero, afirmó que «querer a la empresa es querer que siga y que lo haga en las mejores condiciones posibles cuando nosotros ya no formemos parte de ella». Y añadía entonces que «el futuro siempre está en nuestras manos si sabemos aprovechar las lecciones del pasado. La historia no se repite nunca, pero es fundamental conocerla y sacar fruto de sus enseñanzas porque lo que sí se repiten son los aciertos y los errores de los hombres que la construyen día a día. Por eso no debemos olvidar lo que nos ha hecho ser lo que hoy somos; por eso hemos de seguir manteniendo los valores que nos han permitido llegar hasta aquí; por eso hemos de seguir trabajando con la ilusión y la tenacidad con las que lo hemos hecho hasta ahora, y, por eso, hemos de mantener la unidad en la que se ha basado nuestra fortaleza».

Desde que Íñigo de Oriol dejó la presidencia de Iberdrola para «arrimar modestamente el hombro, como un soldado raso, para lo que se me quiera pedir», su impronta ha marcado profundamente la cultura empresarial de la compañía, hasta el punto de que en las palabras que he transcrito conmovido en el recuerdo de aquel acto de tanta significación para él como para mí se resume mejor que en cualquier otro texto la personalidad empresarial y gestora de Iberdrola; las aptitudes —profesionales y humanas— de sus empleados y el espíritu que anima a la inmensa mayoría de sus accionistas que secundan, año tras año, esta filosofía de conducta empresarial.

Lo que hoy es Iberdrola no podría entenderse sin la generosidad y el sentido de anticipación de Íñigo de Oriol, que en el sector eléctrico español, con fuerte proyección internacional, alcanzó el mayor nivel de responsabilidad y de autoridad moral, tanto al frente de Unesa como desde otras atalayas empresariales —la CEOE, entre otras— que le permitieron desarrollar una labor reconocida tanto formalmente con galardones y condecoraciones como —y esto es lo más importante— con muchos y fieles amigos y leales colaboradores, yo entre ellos. Su estilo personal, vehemente y repleto de convicciones lo fue cincelando, además de como gestor, como un humanista. La cultura como expresión moral de la sociedad le interesó sobremanera: las fundaciones a las que perteneció, las cátedras que patrocinó, las asociaciones de las que formó parte suscriben un entendimiento de la vida multifacético. Ni la política se le escapó en su biografía: fue el más joven miembro del fenecido Consejo del Reino, desde donde se comportó como un auténtico costalero del sistema democrático; denunció con valentía, dentro y fuera del País Vasco, al que amaba con pasión, el terrorismo; sirvió a la Corona con la lealtad propia del convencimiento y de la nobleza de su estirpe; y fue un hombre que engrandeció la saga familiar de la que traía memoria y compromiso, abrazando a la de su esposa, Victoria Ibarra Güell, que con sus tres hijos fueron los grandes amores de su vida, y a los que en estas horas de despedida recordamos de forma emocionada.

Íñigo de Oriol —«nuc dimitis»: me voy tranquilo— se ha ido de este mundo justamente como él quería hacerlo, es decir, en la tranquilidad moral y efectiva del deber cumplido, del legado recibido bien gestionado, de la obra empresarial que le iba a trascender —Iberdrola—, exactamente como él deseaba. Hoy Iberdrola es una compañía connotada con todos los valores que él deseó que tuviera. Quienes no conocieron la reciedumbre de Íñigo de Oriol; quienes no tuvieron la ocasión de comprobar hasta qué punto la ética del proyecto empresarial resultaba esencial en su planteamiento profesional y personal; quienes, en definitiva, no comprenden que una empresa «se proyecta en el tiempo más allá, muchas veces, de varias generaciones», quizá jamás logren asimilar el porqué de la determinación con la que Iberdrola, desde el impulso de Íñigo de Oriol, tiene trazado su camino, las referencias claras y los objetivos nítidos.

Por eso, Íñigo, puedes decir «me voy tranquilo», aunque a nosotros nos dejes con una irremediable sensación de orfandad.

IGNACIO SÁNCHEZ GALÁN ES PRESIDENTE

DE IBERDROLA

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