Córdoba

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«Vivir es aprender»

Cambió el andamio y el cemento por agujas, tijeras e hilo. Adquirió nuevas habilidades para lograr un empleo y la jugada le ha salido bien

Día 11/07/2010 - 10.31h
RAFAEL CARMONA
La falta de trabajo es uno de los problemas más graves de las sociedades actuales. La posibilidad de ser despedido es mayor que en otros periodos. Nadie está ajeno a semejante escenario y el fantasma de la reducción de personal extiende sus dominios. Pero hay soluciones.
—¿A qué edad empezó usted a trabajar?
—La primera vez que cogí la cubeta de mezclas tenía 9 años. Me gustaban los libros pero tuve que dejar mis estudios. En el sector de la construcción he hecho de todo. Impermeabilizaciones, reparación de goteras y cubiertas. Incluso soldaduras.
—¿Qué sucedió?
—La empresa en la que estaba cerró y nos puso a todos en la calle. Durante meses iba de un lado a otro buscándome la vida porque tengo una familia que mantener. Pero no salía nada.
—Ese problema lo padecen hoy muchos cordobeses.
—Yo lo solucioné cambiando de oficio.
—¿Cómo lo consiguió?
—Lo primero que tuve que hacer es adoptar otra mentalidad. Aquellos que creen, tal y como están las cosas, que pueden dedicarse al mismo trabajo toda la vida cometen un error. Siempre he tenido la certeza de que vivir es aprender y que lo que hace una persona, con dedicación, también lo puede hacer otra.
—¿Y qué decisión adoptó usted?
—Formarme en corte y confección. Me hice modisto.
—No parece tarea sencilla.
—Tuve la mejor maestra del mundo: mi propia esposa. Ella me enseñó, con mucha paciencia, todo lo que sé. Me puse a trabajar en su tienda. Aprendí a cortar, a coser, a tomar medidas. Incluso a hacer cordoncillos para los trajes de flamenca.
—¿Y usted antes tenía idea de lo que era un cordoncillo?
—No señor. Todo lo aprendí allí. Yo al principio no sabía ni distinguir entre una tela lisa y otra estampada.
Jornada agotadora
—¿Cómo fue el primer día en su nuevo trabajo?
—Agotador. Atendía a una clienta y enseguida entraban otras dos que requerían mis servicios. Llegué a tener a tres mujeres hablándome a la vez. Al principio me agobiaba bastante y tenía que salir fuera a fumarme un cigarro.
—¿No respetan el turno?
—Pues no. Y eso lo llevaba fatal. Luego vas cogiendo tablas y sabes cómo desenvolverte. Hoy puedo decir con orgullo que he llegado a diseñar trajes de flamenca.
—¿Qué le decían sus compañeros del andamio?
—Se burlaban de mí. No les entraba en la cabeza que un hombre pudiera sentarse ante una máquina de coser. Pero mientras yo aprendía un oficio, y tenía un puesto de trabajo, ellos seguían en el paro.
—¿Qué ha aprendido como modisto?
—Éste es un trabajo que desarrolla mucho la creatividad. Ahora veo las telas e imagino las distintas combinaciones posibles. Luego hago mis dibujos sobre el papel para ver cómo pueden quedar en la realidad. Mi mujer, que es la que de verdad sabe, me dice que tengo muy buen gusto con los colores.
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