Publicado Jueves, 21-08-08 a las 09:04
Pocos objetos han sido el centro de tantos misterios, leyendas y estudios como esta copa de sólo 7 centímetros de altura y 9,5 de diámetro cuyo fondo esconde uno de los más profundos enigmas de la tradición cristiana.
Lejos de las miradas de buscadores de reliquias o de las historias tejidas en torno al acervo artúrico, una pequeña capilla de la catedral de Valencia guarda el Santo Cáliz, una de las dos reliquias de esta naturaleza aceptadas por la Iglesia y venerada como la copa que Jesús utilizó en la Última Cena para consagrar el vino e instaurar así la eucaristía.
Ésa es al menos la teoría de Janeice Bennet, una investigadora norteamericana que reivindica la autenticidad de la reliquia en un libro, «San Lorenzo y el Santo Grial», cuya presentación está prevista en Valencia el próximo noviembre, cuando la capital del Turia acogerá también la celebración del I Congreso Internacional sobre el Santo Cáliz.
El cáliz custodiado en Valencia llegó a la ciudad en 1424 tras un largo y azaroso peregrinaje. Exhaustivos análisis realizados durante los últimos años le han permitido ser reconocida como auténtica por la tradición cristiana, frente a las veinte copas que reivindicaban tal consideración en el siglo XVI.
Bennet, doctora en Literatura Española por la Universidad de Colorado, forma parte del Centro Español de Sindonología para el Estudio de la Sábana Santa y otras reliquias de Jesucristo. En su obra, la norteamericana hace un minucioso seguimiento de la figura de San Lorenzo y de los lugares y circunstancias de su vida vinculados a la copa que, según la tradición, Jesucristo utilizó antes de ser crucificado.
Desde entonces, el objeto ha sorteado los peligros crudos de la historia, como fueron la invasión musulmana o los persecuciones cristianas en los primeros siglos de nuestra era.
Adornada en su parte superior con una piedra de ágata, que al igual que otros elementos que la enriquecen añadidos durante los últimos siglos, la copa valenciana no es la «copa de un carpintero», como la define Indiana Jones en su última cruzada, sino más bien la que correspondería a una familia acomodada. Esto, aparentemente paradójico, se ajusta de manera bastante coherente al relato del Nuevo Testamento, en el que se consigna que la Última Cena fue una celebración de Pascua, cuando las familias echaban mano de la mejor vajilla de su ajuar.
Tras la crucifixión, la copa siguió siendo utilizada por sus apóstoles, tal como les pidió Jesús, hasta que San Pedro la llevó a Roma, donde fue utilizada por los primeros pontífices.
Con las primeras persecuciones a los cristianos comienza el peregrinar del Santo Grial, entregado por el Papa Sixto II a su diácono Lorenzo, el santo español que acabó asado en la parrilla, quien antes de su martirio logró poner a salvo la copa enviándola a casa de sus padres en Huelva. Es en esta parte de la historia del Santo Grial en la que se centra el libro de Bennet, aunque posteriormente el cáliz seguiría siendo objeto de otras muchas vicisitudes.
Se salvó de la invasión musulmana: fue trasladada a San Juan de la Peña y de allí a Zaragoza y después a Valencia, donde ha permanecido los últimos 584 años.