«La amistad es la obra de arte suprema» Jorge Disdier _ Pintor
Domingo, 21-09-08
POR ALFREDO VALENZUELA
-En los últimos tiempos se ha centrado en su labor pictórica ¿significa eso que se abandona como director de cine, como productor, como arquitecto?
-Siempre he sido, ante todo, pintor. Las otras actividades que usted cita son para mí un valioso complemento.
-Y me ha costado dar con usted, apenas hay referencias suyas en internet ¿no le preocupa su promoción, vender sus cuadros...?
-Por suerte puedo vivir al margen de dependencias tan complejas. Incluso me he permitido no renovar contrato con un excelente marchante europeo de verdadera importancia. Soy un hombre con buena estrella, por lo que le estoy muy agradecido a la Divinidad.
-¿No será que ha caído en la tentación de la misantropía?
-No, yo necesito la relación humana. Lo que ocurre es que con los años uno se vuelve más selectivo con las personas implicadas en este asunto.
-¿Como arte, considera la pintura superior a la arquitectura, al cine?
-Sin duda alguna. Ella pertenece al grupo de las artes de creación más libre y por ello más plena, personal, arriesgada. La emoción que la pintura ofrece al autor es más intensa y eso, en definitiva, es lo único que en realidad cuenta.
-Era amigo y tertulio de Peter Viertel ¿Frecuentó también a Deborah Kerr?
-Con el señor Viertel congenié muy bien. Aquí, en casa, en un feliz almuerzo que duró horas, fue la última vez que lo vi con vida. Era todo un personaje. A la señora Kerr no tuve la fortuna de tratarla, pero gracias a la generosidad de su amiga y colaboradora doña Magdalena Merino, auténtico miembro de la familia, guardo recuerdos de ella. Por ejemplo, el último cuadro que pintó en su casa de Marbella, antiguo y bello cortijo que, por desgracia, ni políticos, entidades bancarias o comerciales han tenido el acierto o la sensibilidad de convertir en un serio y romántico museo. Una verdadera pena. Una ocasión perdida para esta Marbella tan necesitada de auténtica cultura.
-¿A qué otra gente frecuenta en Marbella?
-Mantengo trato con buen y muy variado número de personas. En cuanto a la amistad verdadera, esa ya es otra cuestión...
-Marbella ha cambiado mucho y no siempre para bien ¿no?
-En efecto, parte de la ciudad y de sus habitantes son otra cosa. Para mí de menor interés, pero yo vivo feliz en mi casa, mi monasterio particular al que me siento muy unido.
-¿Cómo arquitecto, qué le parece lo que ha sucedido con el urbanismo de Marbella?
-Un atropello que se merecen la mayoría de sus vecinos.
-En la época que vivió en Arcos de la Frontera frecuentaba, sin embargo, la conversación de los chavales que hacían de guardacoches para los turistas ¿Qué exigencias pone para la amistad?
-Las máximas porque, junto a la bondad, es la condición más noble del humano. En cuanto a mi vínculo con los simpáticos guardacoches de Arcos de la Frontera se debe a mi interés por la chispa de lo más natural, directo y sencillo siempre, claro está, que esas cualidades nazcan de un espíritu luminoso. Nunca he soportado a los que se autodefinen como intelectuales. La pena es que ahora gran número de jóvenes europeos navegan por el proceloso mar de la vulgaridad cobarde. Los ideales, con el peligro que por su puesto pueden encerrar, son preferibles a esta anodina y domesticada masa sumergida en drogas, músicas disonantes y modales desprovistos de encanto alguno. Pasolini, unos meses antes de su vil asesinato, aquel miserable complot perfectamente organizado, ya me confirmó esa dramática realidad que Jean Cocteau anunciara allá por los años cincuenta.
-Luego insiste en el valor de la amistad...
-Rotundamente sí. Ella es la obra de arte suprema. Hecho que requiere de corazón, cerebro y trabajo constante. El logro final, si se alcanza, recompensa con creces tan alto y noble esfuerzo.
-En Arcos habitó en un palacio y en Marbella lo hace una casa de indudable valor arquitectónico ¿cree que el hábitat ayuda a la creación artística?
-En cierta medida, sí. Sin embargo, el auténtico creador realiza su obra en cualquier circunstancia por difícil o extrema que resulte.
-En su casa marbellí mantiene una buena biblioteca ¿conoce otras en la zona?
-No, pero las habrá.
-¿La lectura es conveniente o imprescindible?
-A la fuerza interior del artista verdadero y a la necesidad que él siente de darle forma para volcarla al exterior, a ese poder y capacidad no les hacen falta nada más. Por su puesto, la lectura siempre es una buena compañera de viaje que favorece al ánima del creador.
-¿Qué es lo que más le sorprendió de su temporada en Arcos?
-La gracia, la amabilidad, la generosidad de los niños y jóvenes.
-Hizo una serie para TVE sobre jardines históricos ¿ya no se proyectan jardines con una concepción artística?
-La mayoría de los contemporáneos que conozco me resultan insulsos, sofisticados, aburridísimos; muy propios de estos tiempos donde la vacua presunción de los autores, la publicidad tan peligrosa y la falta de criterio del gran público están alcanzando cotas inesperadas.
-«El paraíso recobrado» es el título de otra de sus series para televisión y de un libro suyo ¿Ha recobrado muchos paraísos?
-Intento recobrar el mío propio, y le aseguro que me resulta una labor arqueológica de envergadura, pero prosigo alegre en el empeño consciente de que hay que vivir con dignidad, y de lo que cuesta ser libre, decir la verdad propia y, en todo momento, continuar, sin miedo alguno, siendo el que uno es.
-¿Alguna vez creyó en los paraísos artificiales?
-No.
-En Sevilla, durante varios años, dirigió el magazine de TVE en Andalucía ¿Qué le aportó aquel trabajo?
-En la televisión española en Andalucía, ya hace más de veinte años, creé y dirigí varios programas de contenido cultural. Pero el espacio al que usted, tan amable, se refiere, era responsabilidad de Joaquín Petit. Yo era un sencillo colaborador. Con Joaquín lo pasé muy bien, es un hombre muy trabajador y con gran encanto personal. Nos reímos mucho. Fue un tiempo valioso y divertido.
-¿Se llevó bien con la ciudad de Sevilla?
-Por fortuna, de todo hubo y, gracias a ello, mi época sevillana me resultó interesante y provechosa.

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