Takashi Murakami es el artista de moda. Sus obras naif, coloristas y kitsch, a caballo entre el manga, la animación, el merchandising y el pop, seducen a coleccionistas en todo el mundo. El Guggenheim de Bilbao reúne, a partir del día 17, noventa de ellas en «Copyright»
![«Jeff Koons es un genio; yo, un simple payaso»](/nacional/prensa/noticias/200902/10/fotos/NAC_CUL_web_1.jpg)
Takashi Murakami/ GION
Martes, 10-02-09
El 14 de mayo de 2008 «My lonesome cowboy», de Takashi Murakami (Tokio, 1962), se subastó en la sala Sotheby´s de Nueva York por 15,1 millones de dólares, quintuplicando su estimación. Marc Jacobs confió en él para «murakamizar» los lujosos bolsos de la casa Vuitton, que incluso llegaron a venderse en mitad de una exposición en el Museo de Brooklyn. La misma que ahora llega al Guggenheim de Bilbao, salvo que aquí no habrá tienda. Murakami, con sus ya inconfundibles gafas redondas y perilla, confesaba ayer que se hizo artista tras ver de pequeño «un cuadro de Goya con un monstruo que se comía a una persona». Y eso le creó «un trauma. Desde entonces quiero tener como público a los niños».
-Los detractores del modelo de museo Guggenheim y de su obra creen perverso y consideran un sacrilegio unir arte y comercio. Piensan que el comercio contamina el arte. ¿Qué les diría para rebatir esa opinión?
-Para responder a eso, hablaré de Picasso. Era empresario además de artista, y era también un genio en lo que a creación de marca se refiere. En vida, consiguió desempeñar el papel que la mayoría esperaba de los artistas. Al realizar constantemente alteraciones radicales de estilo y representar el personaje del «artista consumado», consiguió transformarse de mero pintor en figura carismática. Warhol incorporó a su obra el mismo tipo de autocaracterización, le dio una configuración más moderna, y la mezcló con un toque de escándalo para señalar el camino hacia el nuevo talante del arte. Hoy en día, podemos observar de lejos y contemplar lo que hicieron, pero, mientras estaban vivos, ambos despertaban una gran controversia. Eso es lo que significa tener impacto sobre las cosas.
-¿Cree que ya está superada socialmente la delgada línea que ha separado durante siglos la alta y y la baja cultura?
-La línea entre «alta» y «baja» cultura que aún existía hace 20 años ya ha desaparecido. Ha desaparecido hasta tal punto que en este momento sería difícil trazar una nueva.
-¿Entiende el arte como una forma más de consumo masivo?
-No. Pensemos en el ajedrez, por ejemplo. Es un juego que cualquiera puede practicar. Pero dentro del juego, hay elementos de una dimensión más elevada, y el juego puede conducirnos a una potente emoción, de una dimensión más elevada. El arte avanza cada vez más deprisa hacia la popularización, pero la gente sigue buscando en él esa dimensión de creatividad más elevada.
-Le han etiquetado como el Warhol asiático. No sé si le gusta o le molesta esa definición. ¿Se considera usted heredero de artistas como Dalí y Warhol, que entendieron a la perfección el carácter comercial del arte e incluso lo promovieron?
-A veces me gusta y a veces me da totalmente igual. El arte se parece a iTunes. A medida que se expande y desarrolla, la función de los componentes de software que lleva en su interior también cambia.
-En la exposición del Museo de Brooklyn levantó ampollas la inclusión de una tienda de Vuitton en medio de la exposición, aunque no se ha incluido en Bilbao. ¿Hay que desacralizar los museos? ¿Visitar una exposición y acudir a una tienda son actos más parecidos de lo que muchos creen? Hay quien piensa que los museos corren el riesgo de convertirse en parques temáticos...
-Los amargados se amargan por todo. Pero fomentar una revolución no significa asustarse de este tipo de personas o evitarlas. Dicen que los museos acabarán convertidos en parques temáticos, pero, ¿no llevan ya mucho tiempo pareciendo parques temáticos? Puede ser divertido debatir sobre temas como la creatividad del arquitecto o las virtudes y los vicios de los restaurantes.
-¿Mantiene la relación profesional con Vuitton? ¿Sigue diseñando para Marc Jacobs?
-Sí, sigo colaborando. Hay todo tipo de cosas interesantes en marcha.
-¿Cuánto deben sus obras a la pintura tradicional japonesa (creo que se formó en Nihonga) y cuánto al manga? ¿Es usted consumidor habitual de manga?
-Pienso que al 50 por ciento. Y sí, sigo leyendo manga.
-Usted acuñó el término «Superflat», que da nombre a un movimiento artístico. ¿En qué consiste realmente?
-Se refiere a la crisis de la jerarquía de nuestras redes de circulación que sigue muy de cerca a la cultura pop.
-¿El concepto neo-pop define bien su trabajo? Algunos comparan su trabajo, con ese toque kitsch, al de Jeff Koons: esculturas inflables, personajes salidos del mundo de la animación... ¿Le molesta esa comparación?
-Detesto el término neo-pop. No me considero un artista pop. Jeff Koons es un genio y yo, un simple payaso, de modo que me resulta difícil decirlo.
-Usted es japonés, pero vive a caballo entre Tokio y Nueva York. ¿Considera positiva la occidentalización de Oriente? En su trabajo hay una crítica velada al consumismo, al fetichismo sexual...
-Desde finales del siglo XIX, Japón desarrolló un complejo respecto a Occidente. Este complejo se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. Perdió la II Guerra Mundial y se convirtió pasivamente en un Estado marioneta. Y a partir de entonces, curiosamente, empezó a fraguar su propia identidad. Tal vez se haya occidentalizado, pero la cultura otaku, desarrollada en años recientes, procedía de Japón, y es algo original del país. Quiero tomar ese concepto, que considero un reflejo del verdadero Japón, y ampliarlo, comunicárselo a todo el mundo. Por eso hago lo que hago.
-Usted creó un alter ego, Mr.DOB. ¿Cómo nació ese personaje? -Creé a DOB con un espíritu crítico, dirigido hacia el miope periodismo artístico japonés. Era también una forma de expresar el asco por el insípido arte de palabra que los jóvenes artistas japoneses estaban creando. Este concepto no se habría impuesto de no haber sido por los medios de comunicación. En aquel momento, recibió por parte del mundo artístico japonés la reacción más horrible que pudiera imaginarse. Pero al mismo tiempo, comprendí que el personaje de DOB era de hecho una «pintura». Pop, minimalismo, simulacionismo: durante todos estos movimientos era imposible crear pinturas, y lo que yo quería realmente era una cierta complejidad que me permitiese pintar. Ésa era la iconografía de Mr. DOB.
-A su faceta artística une la de empresario. Usted dirige la empresa Kaikai Kiki, que produce todas sus obras. Damien Hirst es criticado por hacer lo mismo. ¿Cree que el artista moderno es como el arquitecto, que firma la idea pero otros la realizan en su estudio?
-Es como una película. El director contrata actores. Consigue un cámara, un técnico de iluminación, y después rueda la acción. El director tiene una idea, y procura materializarla. El factor más importante es la idea del director. No es necesariamente tan importante que él mismo haga el trabajo de su propia mano.
-Y hablando de Hirst, se comenta que usted tiene pensado hacer lo mismo: sacar a subasta, sin mediación de ninguna galería, buena parte de su producción. ¿Es así?
-Es bueno que circulen esos rumores. Me gustaría que la gente comparase los rumores con el contenido de mis obras.
-El merchandising es una parte importante de sus ingresos: camisetas, posters, relojes... El título de la muestra, «Copyright», alude a los derechos de autor. Curiosamente, de Asia llegan la mayoría de las falsificaciones y seguro que sus creaciones son falsificadas en todo el mundo. ¿Le obsesiona proteger el copyright Murakami?
-Realmente he intentado con fuerza aferrarme a él, pero hoy en día empiezo a ver las cosas de manera distinta. Y tal vez mi nuevo modo de pensar me dé la base para el título de mi próxima exposición.