El hermano de Miguel fue testigo de la muerte de Marta y Samuel niega su participación
Uno de los presos, con la cabeza tapada, sale del domicilio. RAÚL DOBLADO
Publicado Miércoles, 18-02-09 a las 18:41
Las declaraciones ante la Policía y ante el juez de los hasta ahora implicados en la desaparición de Marta del Castillo van dando forma a un relato de los hechos al que le falta descifrar incógnitas. Unas dudas que ayer se intentaban aclarar con un registro domiciliario en la casa que compartían en León XIII Miguel C. D., autor confeso de la muerte de la joven, y Javier D., su hermano mayor. Éste ha admitido ante la Policía que fue testigo indirecto del crimen, ya que estaba en la casa, aunque ha negado haber participado de alguna manera en los hechos.
Javier, con antecedentes por delitos menores, pasará hoy a disposición judicial, acusado por el momento de un presunto delito de encubrimiento, pero no respecto a su hermano, ya que legalmente no tiene obligación de denunciarlo por su parentesco, sino respecto a Samuel y el menor J. G., que están acusados de haber colaborado en hacer desaparecer el cadáver de Marta.
Él y su hermano Miguel volvieron ayer al domicilio de la calle León XIII, donde murió la muchacha, para hacer una reconstrucción de los hechos ante el juez que instruye el caso —y que seguirá en él ya que no está considerado violencia de género—, el fiscal y sus respectivos abogados. Los dos jóvenes, que estuvieron incomunicados, mantuvieron sus versiones y no tuvieron que responder a pregunta alguna ni del fiscal ni de sus letrados.
La reconstrucción se centró fundamentalmente en el pequeño dormitorio donde se habría producido la discusión y posterior muerte de Marta del Castillo. A la cita asistieron miembros de la Policía Científica, que tomaron, nuevamente, muestras en la vivienda y que, junto a otros agentes de la Policía Nacional, acudieron poco después de la una y media de la tarde a la vivienda en medio la expectación de vecinos y comerciantes, que no esperaban la «visita» después de las últimas detenciones.
Poco a poco fueron llegando furgones de la Policía Nacional y efectivos del Cuerpo que empezaron a desalojar el tramo de León XIII comprendido entre Fray Luis de Granada y Correa de Arauxo para, posteriormente, acordonar su perímetro. A pesar de la insistencia de vecinos y periodistas, los agentes no dijeron nada sobre tal despliegue pero, pasados unos minutos, se corrió la voz de que los «asesinos vienen para acá».
Al momento, la calle se llenó de curiosos y de pandillas de jóvenes; los balcones, de vecinos, y en las azoteas no cabía un alfiler. Mientras, las sirenas de los coches de Policía se confundían con las de las ambulancias del cercano Hospital Virgen Macarena. En un minuto el revuelo reinó en una calle en la que poco a poco iban apareciendo más policias, cerca de cuarenta, y furgones, hasta un total de diez. A las dos menos cuarto de la tarde, un Peugeot 207 paraba delante del portal de la casa del que se bajó un hombre esposado y agachado —era Javier— que, a pesar de su diligencia para acceder al zaguán, consiguió ser visto por la multitud que ya había tomado posiciones para increparle, insultarle y pedirle a las autoridades que «nos lo den a nosotros».
Cuando todo parecía que volvía a la calma y mientras cientos de personas no quitaban los ojos del portal de León XIII pidiendo justicia, en sentido contrario a la circulación de la calle el ulular de una sirena avisaba de otro turismo que llegaba escoltado con más policías. Escudriñando entre los cristales del Opel Astra se vislumbraba, en el asiento trasero, a la derecha, la figura de un joven con una sudadera oscura que se tapaba la cabeza con la capucha. La multitud se percató pronto de que era Miguel, pero antes, aún, la Policía ya estaba preparada para hacer frente a las pretendidas agresiones de quienes corrían detrás y se avalanzaban sobre el coche con las caras transformadas por el odio, dando gritos y puñetazos al aire como si el presunto asesino estuviese delante. Una actitud que contrastaba con las declaraciones de algunos de los vecinos del bloque que se referían a la pareja de hemanos como personas «intachables».
Eran las dos menos diez y hasta las seis y media de la tarde no volvieron a salir del domicilio, que durante cerca de cinco horas estuvo cercado por la Policía, cuyos agentes tuvieron que emplearse cuando a la salida algunos individuos persiguieron a los coches policiales que traslaban a Miguel a la cárcel y a Javier a comisaría.
La Policía, que precisó de una escalera metálica durante las cinco horas que duró la reconstrucción de los hechos y registro de la vivienda, sacó al fin varias bolsas con objetos que podrían sumarse a las pruebas practicadas hasta el momento.
Javier D. pasará hoy a disposición judicial. Mientras, a pesar del secreto de sumario, ayer trascendía parte de la declaración de otro de los implicados ante el juez. Samuel B. P. presunto cómplice, acusado de colaborar en la desapareción del cuerpo de Marta, negó haber participado en los hechos o siquiera haberlos conocido y aseguró que tiene una coartada que apoya sus movimientos en la noche del 24 al 25 de enero, cuando desapareció la joven.
Se declara «inocente»
Fuentes próximas a su defensa dijeron a Efe que el joven, en su declaración del lunes, dijo al juez haber recibido amenazas de la Policía contra él mismo, su familia y su novia durante los tres días que permaneció detenido en la Jefatura Superior de Policía de Sevilla.
El joven se declara inocente y pidió ser sometido a una revisión médica por el forense de los juzgados respecto a los hematomas que aseguró tener por todo el cuerpo, lo que rechazó el juez.

Enviar a:

¿qué es esto?


Más noticias sobre...