Publicado Domingo, 05-04-09 a las 11:50
En la orgía inmobiliaria de hace unos años, si no tenías músculo financiero no eras nadie. El festín no se había planeado, y en cualquier montículo de jaramagos y maleza ya aparecía un buen cartel con la caja de ahorros correspondiente y la promotora amiga. «Un mundo de lujo a su alcance», rezaba el panel..., y costaba creerlo observando el panorama de verdor salvaje. Pero la maqueta enamoraba y dejaba un regusto en la conciencia a perro de Paulov baboso. La invitación a la fiesta se compraba sobre plano. Oiga, el lujo estaba asegurado. Cuando uno va a un happening de postín es de mala educación preguntar qué ponen en las bandejas.
El músculo de las cajas de ahorro fue creciendo casi de forma exponencial, como esos bíceps hormonados bien untados de aceite pestilente que se exhiben en las carnicerías humanas del culturismo. Había que demostrar fuerza, y cuanto más brutos, mejor. Multiplicarse, expandirse y cuanto más, mejor. Pedir un crédito era como ponerse en la cola de los jeringos de los Santos Mártires. «¿Cuántos le pongo...? Dame veinte porras gordas y pringosas, y de paso me llevo el chocolate caliente, las servilletas y una bolsa de patatas fritas». Todo era exhuberancia. El piso, el chalé de la playa, el coche y el viaje a Nueva York para hacer shopping en la Quinta Avenida españolizada mirándose la cartera en el escaparate de Tiffany. Todo cabía en el mismo crédito. Todo lo abarcaba el mismo papelón de jeringos.
Mientras que los nutrientes (el dinero, la liquidez), que dicen los biólogos, no les fallaran a esos músculos, la atrofia (el crash financiero o el billete directo a la insolvencia) nunca rompería el idílico y ficticio cuerpo y mundo que íbamos construyendo ladrillo a ladrillo. Sin saberlo, estábamos creando gigantes con pies de barro. Fuerza bruta sin cerebro para dirigirla... Hasta que el músculo empezó a atrofiarse, y la fiesta tocó a su fin sin reservas para seguir malviviendo.
Caja Castilla La Mancha tenía músculo financiero. Acudía a fiestas de postín: Martinsa-Fadesa, el nuevo aeropuerto de Ciudad Real, Paco «El Pocero». Emergió de los poderes locales, la fusión de las pequeñas cajitas provinciales de Cuenca, Toledo, Ciudad Real o Tomelloso para dar fuelle al gran instrumento inversor de la Junta castellanomanchega y socialista por antonomasia —¿no les recuerda esto a la Cajita Única del presidente Chaves...?—. Pero el músculo desvirtuó su naturaleza, y la atrofia llegó, pese a los intentos de que las hormonas en forma de fusiones de urgencia con Unicaja o Ibercaja evitaran lo irremediable.
Hoy, los confidenciales son pasto en España de las quinielas sobre cuáles serán las cajas de ahorros que caerán en los próximos seis meses. La atrofia muscular financiera se expande por España como un virus sin que el Banco de España sepa, realmente, qué es mejor: hormonar o contar la verdad de lo que está pasando. Como decía Unamuno, «la desconfianza me inquieta, pero el silencio me ofende». Parece que en Estados Unidos siempre lo tienen más claro: la verdad por delante, y los activos tóxicos al tendedero.
Aquí no. Ahora son 9.000 millones de euros (billón y medio de pesetas) para arreglar el roto de unos políticos y gestores que nunca responderán en la misma medida por lo que han hecho. Ya vendrán otros a sustituirlos cuando el músculo se entone de nuevo. ¿A cuánto llegará la factura que pagaremos todos, incluso los que nunca fuimos a tan pomposas fiestas...? ¿Hasta cuándo tendremos que seguir soportando que los políticos manden en unas cajas convertidas en antojos de sus caprichos, estratagemas y cuitas de partido bajo el señuelo de la vocación social...?
La belleza siempre estuvo en el interior.
