
El poeta José Emilio Pacheco /ABC
Actualizado Viernes, 08-05-09 a las 11:56
El dios de la lluvia no lloraba ayer, a primera hora, sobre México. Sonreía, de oreja a oreja, sobre el Distrito Federal. Porque un poeta (El Poeta, dicen por allá) mexicano, José Emilio Pacheco, tenía algo urgente y madrugador que escribir y subrayar en su diario (“la poesía que busco / es como un diario / en donde no hay proyecto ni medida”), la concesión del XVII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que le ha sido otorgado en Madrid, y que el autor de “Islas a la deriva”, recibía “absoluta y muy gratamente sorprendido, sobre todo en estos terribles momentos aquí en mi tierra. Va a costar volver a la normalidad, pero cuando menos ha pasado el primer momento de psicosis colectiva, que si uno tosía dentro de un taxi lo bajaban sin contemplaciones”.
El jurado de esta edición ha estado formado por el presidente de Patrimonio Nacional, Yago Pico de Coaña; el rector de la Universidad de Salamanca, José Ramón Alonso; el director de la Real Academia Española (RAE), Víctor García de la Concha; y los escritores Pablo García Baena, José Saramago, Luis Antonio de Villena, Jaime Siles, José Manuel Caballero Bonald, el subdirector de ABC José Miguel Santiago Castelo y Carmen Posadas. El propio Siles redactó ante la Prensa la carta de presentación del mexicano, autor bien conocido y editado en España, no obstante: “Pacheco es el único poeta posterior a Octavio Paz que ha creado un universo auténticamente propio, trabajando prácticamente todos los tonos del lenguaje, el poema confidencial, el irónico, el de lo cotidiano… el premio no lo descubre, simplemente le ratifica”. Luis Antonio de Villena trazaba poco después, alguna coordenada más del mapa lírico del creador de “Los elementos de la noche”, la obra de un autor “vitalísimo y creativamente cáotico, una poesía que hace vibrar tanto el corazón como el entendimiento”.
Mínima poéticaDesde la distancia, al otro lado del Charco, y telefónicamente, José Emilio Pacheco prefería no recalcar ni declarar influencias, ni tan siquiera esbozar una mínima poética para ABC. “No lo sé, nunca me veo como lector de mi propio trabajo, creo que tendería a congelar mi trabajo, a perder mi libertad. Uno escribe lo que se le ocurre y unas veces sale bien y otras, la mayoría, sale muy mal. Admiro mucho a la gente que puede hablar con aplomo de su obra y de sus propósitos, yo no lo sé hacer, prefiero escribir y que el lector juzgue y dicte sin que yo le imponga interpretaciones”.
Ayer, las musas aún no le pillaron trabajando, porque la noticia, con el cambio horario, le llegó al poeta prácticamente de amanecida. Aunque musas, como meigas, haberlas haylas: “Desde luego, creo que hay que sentarse a trabajar. Yo no creo en la inspiración, pero existir, existe”. De ella, sin duda, manan versos como éstos, “mi único único tema es lo que ya no está / y mi obsesión se llama lo perdido”, y entre lo perdido, los nombres de aquellos poetas que ayer también habrán brindado por los cielos aztecas ante la noticia, nombres que Pacheco no prefiere enmarcar ni concretar porque “sería larguísimo y omitiría a alguien. No quiero que pase lo mismo que la primera vez que lo hice, con 19 años, cuando omití a la persona más importante entre mis influencias, mi abuela, porque ella me enseñó a leer, porque ella me leía fábulas y los poemas de Campoamor. Entonces, me pareció un crimen olvidarla, y hoy me lo sigue pareciendo”.
Pero en la conversación, sutilmente, quizá porque Pacheco fue él que dijo “escribo unas palabras y al mismo ya dicen otra cosa”… se deslizan nombres propios ante los que el poeta mexicano fue madurando: los poetas del exilio posterior a la Gerra Civil, con los que “sostuve mucha relación personal, epistolar, periodística o amistosa. Gente como Emilio Prados, Max Aub, Cernuda, del que incluso recibí clases. Y también quiero recordar a Vicente Aleixandre, que durante cuarenta años se carteó con todos los poetas hispanoamericanos. Cualquier persona que le mandaba un libro podía tener la certeza de recibir una carta de Aleixandre. Tengo muchas cartas de él, pero en Madrid nunca me atreví a visitarlo en Velintonia 3, porque pensé que debía tener muchas visitas y que la mayor muestra de admiración era no visitarlo y dejarle libre y tranquilo”.
Aunque José Emilio Pacheco cree firmemente que no pertenece al mundo de los blogs y a los vastos dominios (con más o menos aurora) de internet sí ve en ellos “magníficos medios e instrumentos que la poesía llegue a más gente”. Mientras, José Emilio, quizá recuerde antiguos versos, y recuerde que “no quiero nada para mí: / sólo anhelo / lo posible imposible: / un mundo sin víctimas”, utopía lírica y humana que sigue siendo para el poeta el más alto y limpio vuelo de la poesía: “Sí, eso es lo que tiene que reivindicar la poesía, ese posible imposible de un mundo sin víctimas, reivindicar y hacer algo contra violencia de este mundo sumamente cruel en el que nos ha tocado vivir”. Y “este perpetuo exiliado que en el desierto mira” se pierde, verso a verso entre las callejas de aquella Tenochtitlán nunca olvidada.