Córdoba

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«La educación está por los suelos»

Guarda una batería de suculentas anécdotas en su memoria. Amiga de artistas y mujer esencialmente entusiasta, su vida es toda una inmersión en una Córdoba que se extingue

Día 11/07/2010 - 10.17h
ABC
María Jesús de Pablos se presentó un día ante el oftalmólogo para que le sacara un pizco de un ojo. Y el doctor, amigo de la familia, antes de intervenirle le preguntó por la edad. Fue entonces, cuando ella le espetó con notoria socarronería: «¿Y para sacarme un pizco del ojo tengo que decir cuántos años tengo?». Como se ve, no es aconsejable hacerle según qué tipo de preguntas a esta empresaria, amiga de artistas y mujer vitalista y abierta en aquellos años de vía estrecha. «Nunca he sido una mojigata», se apresura a confesar como carta de presentación.
¿Una mujer podía ser abierta en la Córdoba de los 50?
Había que gastar un poquito de cuidado. Porque te podían tomar por loca. Pero a mí nunca me hicieron el vacío: he tenido mucha suerte.
Hija de Luis de Pablos, director del Conservatorio Superior de Música en los años 30, su vida pronto se truncó de turbulencias propias de una década particularmente convulsa. Huérfana de madre en la niñez, y poco después de su padre, padeció los avatares trágicos de la época, que encara hoy con un fino sentido del humor. Como aquel episodio en que los milicianos irrumpieron en casa de su tía, en El Carpio, y a punto estuvieron de segarle la vida. «Aún me veo con las manos en alto. Yo siempre cuento la parte cómica de las cosas. No me gusta contar las penas». La suya fue la única familia acomodada que no pudo escapar y sus primos acabaron siendo fusilados poco después. El resto de la Guerra Civil la transcurrió en casa de unos familiares en Murcia.
Nos recibe en su vivienda de la Plaza de Colón, junto a su nieta, que vive en Estados Unidos. María Jesús de Pablos es una conversadora infatigable y por su aún fresca memoria transitan incontables anécdotas, a cada cual más sorprendente, que va desgranando sin asomo de añoranza.
—Yo conocí en Torremolinos al príncipe Yusupov, que fue quien mató a Rasputín. Un día me llamó una amiga y me dijo: «María Jesús, ven que vas a entrar en un capítulo de la historia». Fui y nada más verlo, le hice una reverencia como si estuviera en la corte de los zares. Como no le había quedado dinero, Yusupov se dedicaba a vender su propia historia en libros. Me mandó uno a contrareembolso, pero lo envió en francés y no pude leerlo. Un día fui a una conferencia de Alfonso Ussía, que había escrito un artículo sobre Yusupov, y me acerqué para enseñárselo. Había mucha gente, lo cogió, se quedó con él y ni siquiera me dio las gracias.
En el convento
Antes de casarse, y en su condición de joven huérfana, vivió alojada en el convento de la María Inmaculada, ante la imposibilidad de pagarse un alquiler. «Allí había chicas estudiantes y señoritas que no podían vivir en un piso. En el convento había un horario muy estricto. En aquella época, la moral era muy cerrada. Una cosa exagerada y fuera de lugar. Por entonces, el cardenal de Sevilla decía que las mujeres que bailaran serían excomulgadas. Un día fui con unas amigas a un baile a El Brillante y tuvimos la desgracia de que un chico se desplomó muerto. Tuvimos que salir corriendo para que no se enteraran de que estábamos allí. Al día siguiente, los Jesuitas nos decían que íbamos a ir al infierno. Todo eso me parecía un disparate. Me gusta más la vida de ahora. Me parece que hay más franqueza, más sinceridad».
María Jesús de Pablos tuvo una relación muy estrecha con el Grupo Cántico, especialmente con Ginés Liébana y Miguel del Moral. Pero también mantuvo amistad con Antonio Gala, Antonio «El Bailarín» y Roger Garaudy, de cuya fundación acabó siendo patrona y colaboró activamente en la formación de la Biblioteca Al Andalus. También conoció a Harold Stevenson, pintor de Churchill y De Gaulle, quien un día entró en contacto con ella. «Yo pensaba que quería pintar a Franco, pero no. Su intención era retratar a El Cordobés. Entonces, llamé a Paco Campos y los puse en contacto a los dos. Su cuadro, que pintó en mi casa, acabó expuesto en la Torre Eiffel». María Jesús de Pablos participaba en la incipiente vida cultural de la época, que apenas se reducía al teatro y la ópera.
¿Qué encontró en el mundo de la cultura?
El espíritu se engrandece. Si una persona se encierra en sí misma, pues ya ve usted.
Al fallecimiento de su marido, se tuvo que hacer cargo de sus negocios, para lo que tuvo que reciclarse como empresaria por la vía de urgencia. Regentó una famosa cafetería de la calle Cruz Conde y fue propietaria de una tienda de Elio Berhanyer, con notable éxito de público. Hace un par de semanas fue objeto de un emotivo homenaje en las Bodegas Campos, con quien tiene estrechos vínculos afectivos. Su vida discurre hoy apaciblemente, lejos de su actividad vital de los años cincuenta y sesenta. Cada día, a las once de la mañana, participa en una reunión informal con un grupo de amigas. «Yo le llamo mi terapia de grupo. No hablamos ni de enfermedades, ni de desgracias. Nos reímos mucho. Ese rato es mi consuelo», indica. De Pablos ya no mantiene la intensidad cultural de antaño. Pero no ha dejado de leer. «Ahora estoy leyendo la vida de un torero. ¿Cómo se llama? Un hombre interesantísimo que escribió obras de teatro Ignacio Sánchez Mejías», intenta recordar.
¿Qué le enseñó la vida?
Me encanta vivir. Yo no quiero morirme por nada del mundo.
¿Qué virtudes encuentra en Córdoba?
Que es todavía un poco pueblerina. Te encuentras con gente en la calle y te saludan. No es la soledad de las grandes ciudades.
¿Y qué le reprocha?
Que está muy sucia.
Quien la conoce dice de usted que es una mujer universal sin haber salido casi de Córdoba. Díganos la fórmula.
Sencillamente, soy así. Una mujer espontánea.
¿Qué sabor le dejó el siglo XX?
Recuerdo una pobreza impresionante. En El Carpio había hombres muy pobremente vestidos. Con guitas y zapatillas de esparto. Eso, gracias a Dios, ha desaparecido.
¿Vivimos en un mundo más justo?
Hay más bienestar. Pero menos educación.
Hay más escuelas.
Sí, pero educación y pudor cero.
¿Qué podemos esperar del ser humano?
La educación refina a las personas y las hace mejores. Y la educación está por los suelos.
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